Capítulo LXXX

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Todos aguardaban a que la entrevista terminara, como si en ella se decidiera el destino de la humanidad. Lo cierto es que sí había una decisión que tomar y de ella dependía el futuro de la fiesta. Gabriel había llevado al pianista a una sala contigua tras el alboroto con su madre, en silencio y con nerviosismo.

—No te agobies, verás que tu padre actuará razonablemente —dijo el moreno, rodeándolo con el brazo y acercándolo a su pecho.

—Eso espero, aunque la verdad es que no quería que los viejos vieran a Lucas, sabía que reaccionarían como lo hicieron, ¿tu no?

—¿Qué cosa?

—Tu no reaccionaste mal ante su presencia, supongo que nunca lo odiaste, ¿o sí?

—¿Por qué lo haría? —el comentario le resultaba extraño—. Lucas es tu primo, sigue siendo parte de la familia, el vínculo que tiene con ustedes no se romperá aunque lo expulsen o quieran darlo por muerto.

Hizo una pausa, mientras le acariciaba los cobrizos cabellos a Tomás.

—En ese tiempo, cuando éramos pequeños, no sentía nada especial por ti, sólo después descubrí que podíamos ser amigos, que alguien como yo pudiera...

—¡Eh!, ¿qué te dije sobre hablar así de ti?, eras un niño como nosotros —dijo con tono de regaño, que después se volvió suave otra vez—. Aunque debo decir que, incluso con sencillos gestos, siempre cuidaste de mi.

—Aún lo hago, me hace feliz verte feliz. Recuerda esto, mientras tenga la fuerza, cuidaré de ti hasta el final.

—Sé que lo harás —dijo, besándole la mejilla con un ligero sonrojo—. Cuando estemos a solas, te comeré la boca.

—¡Qué atrevido, mi señor!, tampoco deberías hablar así.

—No me importa, quiero que se vayan ya —dijo, recargándose contra el moreno—. Si esto continúa, los echaré a patadas y pondré fin yo mismo a esta fiesta, me quedaré solamente contigo, tal vez seas lo único que necesito.

—Sí, sí, como usted diga, señor caprichoso, no quieras adelantarte a tu padre. ¡Ah!, ¡mira quien viene ahí!

Gabriel indicó en la dirección del despacho, desde el cual Lucas acaba de salir. Se levantaron del diván y fueron con el rubio para saber lo ocurrido; Ágata también se levantó, pero guardó silencio cuando los vio reunidos.

—¿Por qué esa cara, tía? —le dijo el rubio con ironía—, ¡ah!, ¡cierto!, tu estabas esperando a que me largara de aquí, ¿verdad?

—No me digas que el viejo... —intervino Tomás.

—Tranquilo, no me echó de la casa, pero tampoco me dijo lo contrario, así que supongo que puedo quedarme.

—¡No digas tonterías!, ¡ya estoy harta de ti!, ¡saldrás ahora mismo por esa puerta! —estalló la mujer—. ¡Todos se irán de mi casa!, ¡todos tus amigos!, ¡aquí no habrá fiesta!

La histeria de Ágata no tardó en escucharse por todas las habitaciones y atrajo las miradas del resto de invitados, quienes la veían con diversas expresiones, mientras que su doncella intentaba calmarla. Sin embargo, como ignorándolos, la mujer intentó sacar a Lucas por sí misma, no sin antes ver que su marido entraba a la sala.

—¡Por fin te dignas a aparecer! —le espetó a la cara—. Por favor, ¡ordena a este chiquillo y a todas estas personas que se vayan de mi casa!

Don Octavio miró a su mujer con incredulidad, luego se volvió hacia Tomás, quien aguardaba con una expresión desafiante.

—Sólo tienes una obligación, hijo, y es que la casa permanezca intacta, fácil, ¿no?, la casa que estoy viendo ahora es la misma que quiero ver cuando regrese —dijo, dando una mirada alrededor—. Y pobre de ti si descubro que han roto algo, ya conoces el castigo, ¿lo has entendido?

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now