Capítulo LXXIII

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El anciano despidió a los clientes que, tras una acalorada discusión, se decidieron a comprar una pintura al óleo del siglo XIX. Le satisfacía ver a las personas en su tienda, escoger sus artículos y convertirlos en tesoros.

Cuando buscaba con qué otra obra cubrir el vacío que dejó la recién vendida, una silueta apareció en el umbral de acceso, atrayendo su atención.

—Vaya, vaya, mira quién apareció.

—Hola, jefe, ¿qué hay? —dijo Lucas, avanzando con las manos en los bolsillos.

—Desapareciste por un tiempo considerable, ¿eh?, tuve que hacer todo el trabajo, a mi edad —dijo el dueño, sacudiéndose las manos para saludar al recién llegado. Luego, le miró de arriba abajo, como asegurándose de que era el mismo rubio que conocía, con sus ropas anchas y la gorra usual, a diferencia de él, que vestía un elegante traje hecho a la medida—. Y ahora, ¿a qué debo tu visita, muchacho?

—Vine a ver si sigues vivo, porque no me sirves muerto —dijo, encogiéndose de hombros con total descaro. El anciano sonrió ampliamente—. Ya en serio, necesito que me dejes trabajar en la tienda, tengo que pagarte el alquiler que te debo.

—¡Oh!, ¿estabas atrasado?, mi mujer no me lo comentó.

—Es porque a ella se le olvidó cobrar, pero ya ves, tienes a un inquilino responsable, ¿y bien?, ¿tienes algún trabajito para mí?

—Es posible —dijo, mirando a su alrededor—. ¡Es cierto!, esta semana vendrá un camión lleno de productos nuevos, podrías recibirlo y hacer el inventario.

—Claro, no hay problema.

—Además, me ayudarás a quitar muchas de las cosas que tenemos aquí, quiero renovar el catálogo y para eso, me llevaré algunas a casa.

—¿Y al departamento? —sugirió Lucas.

—Si tú quieres, sí, podemos llevar algunas cosas para allá, tendremos que revisar primero y separar, ¿estás buscando algo en especial?

—No, por ahora me basta con lo que tengo, aunque nada es mío después de todo —dijo, deteniéndose frente a una estantería—. Tus libros son muy interesantes, he leído muchos de ellos.

—Me alegra que te sean de utilidad, porque podrás llevarte todos los que quitaré.

—Gracias.

—También quitaré piezas de joyería antigua que no tengo esperanzas de vender, podrías mirar si hay alguna que te gusta y te la quedas —dijo el anciano, inclinándose sobre uno de los mostradores.

—¿En serio, jefe?

—En serio, considéralo un regalo por ser un inquilino responsable y honrado con este viejo. Cualquier otro habría guardado silencio y continuaría viviendo de gratis —dijo, tomando una bandeja con anillos de diferentes tamaños y formas—. Uno de estos te vendría bien, ¿no crees?

—Gracias, jefe, los miraré antes de irme. Ahora, ¿con qué quieres que empiece? —dijo Lucas, tronando los dedos.

—Empecemos con la vitrina del frontis, ¿sí?

... ... ... ... ...

Los cumpleaños no eran una celebración importante. Cuando las cosas eran normales, podía invitar a sus amigos, pero a medida que el tiempo pasaba, Tomás perdió el interés, sin mencionar que el cambio de residencia dificultó mantener el contacto con aquellas personas. Al final, se volvió un antisocial y salvo por los ocasionales viajes a la ciudad para atender eventos, su vida transcurriría en esa enorme residencia.

Si le hubiesen preguntado unos meses antes, habría contestado que el próximo natalicio sería igual a tantos otros: una cena sencilla junto a su familia. Sin embargo, ahora se sentía renovado, entusiasmado, todo gracias a Martín y Gabriel, y eso lo motivó a modificar su agenda.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now