Capítulo L

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Desde hacía algún tiempo había imitado la costumbre de su hermano de visitar restaurantes y bares, aunque Adolfo prefería hacerlo durante las noches. En una de aquellas salidas nocturnas, acabó en un local llamado «la Dama Azul», lugar del que nunca había escuchado antes y que logró captar su atención desde el primer momento, no solo por el buen gusto en la decoración, su suave luz azulada, buena música y amplios interiores, sino también por la atención que recibiera de parte de los empleados, un agradable recibimiento y trato esmerado. La suma de todos estos puntos dio como resultado que el chico regresara en varias oportunidades.

Esta era una de ellas.

La chica que se encargaba de recibir a los clientes lo reconoció de inmediato y se acercó a saludarlo.

—Qué gusto verte de nuevo, Adolfo.

—Lo mismo digo, Katerina, ¿va todo bien?

—Todo bien, gracias, ¿me das tu sombrero? —ofreció al chico—. Dime, ¿quieres una mesa?

—No, iré a la barra. Quiero beber algo —dijo con un aire de pesadumbre.

—Adelante.

Tras darle el sombrero a Katerina, Adolfo fue hasta la barra, donde cierto peliblanco estaba trabajando, conversando a gusto con los clientes que allí compartían unos tragos. Se sentó en uno de los extremos y le hizo una seña al bartender, que inmediatamente se acercó con una sonrisa.

—Hola, chico, hace tiempo que no te veía por aquí.

—Hola, Javier, sí, he pasado unos días fuera de la ciudad —su tono era bajo y desganado, y el peliblanco lo percibió del mismo modo que Katerina unos momentos antes.

—Ya veo, ¿por eso la cara larga?, ¿ha ocurrido algo?

—...

—Algo... que no es agradable, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—Tu rostro es un libro abierto, y aunque quieras esconderlo bajo esa apariencia, no funciona para disimular tu ánimo —Javier se detuvo a observar todo el conjunto que vestía Adolfo que, a su juicio, no estaba nada mal—, me gusta tu estilo, chico, pero definitivamente tu expresión no ayuda a que te veas más lindo.

—¿Lindo?, ¡ja! —se recargó sobre la barra, apoyando su cabeza sobre una mano. Ni siquiera iba a molestarse con el comentario del peliblanco—. Eres muy asertivo, crees... ¿crees que puedas decirme más?

—No lo creo, sería tonto de mi parte decir algo sin saber nada de una persona —dijo, cruzándose de brazos.

—¡Por favor! —insistió, apoyando sus manos sobre la barra.

—Hmmm... vale, diría que te atormenta algún problema amoroso, a los chicos les ocurre mucho y vienen al bar para desahogarse —dijo, más por la obstinación de Adolfo que porque realmente creyera algo así—. Claro que eso es solo mi percepción general, no todos los que vienen aquí tienen la intención de hablar.

—No es amoroso exactamente, tiene que ver con mi hermano —Adolfo respondió como si no hubiera escuchado lo último que dijera el bartender.

—Es un problema familiar, entonces —y acercándose un poco al chico, le habló en voz baja—. Antes de continuar, ¿quieres que te traiga lo de siempre o quieres probar con algo más fuerte?

—Lo de siempre, por favor...

—Vale, lo de siempre —y se dispuso a preparar un Kir Royal, popular cóctel francés que solo preparaba cuando Adolfo venía de visita—. Y bueno, ¿qué pasa con tu hermano?

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now