Capítulo LIX

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Las redes sociales hicieron bien su trabajo. El afiche con el anuncio del café literario fue compartido cientos, miles de veces, y difundido por los usuarios de las distintas plataformas.

Una gran cantidad de invitados se hicieron presentes en la vieja casa de la esquina, entre los cuales se contaba el círculo de literatos, conocidos de Erika que la trataban casi como una diosa y siempre estaban dispuestos a colaborar con ella; además, llegaron ese día domingo un número considerable de vendedores de libros de segunda mano y vendedores de antigüedades, siendo algunos vecinos del centro y otros provenientes de ciudades vecinas, grupo al que se sumaban los que vendían bebidas y comestibles, contribuyendo a crear un evento de lo más variado y entretenido. Ante tal panorama, llegaron no solo aquellos aficionados a los que el anuncio alcanzó, sino también los infaltables curiosos de siempre.

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El clima fue especialmente favorable, considerando que en semanas recientes abundaron los días nublados y lluviosos. Con esto en mente, los chicos se presentaron en el evento con ropa más ligera y cargando sus chaquetas en la mano, en caso de que la tarde refrescara más de lo esperado.

Contra todo pronóstico, Adolfo se mostró menos reticente de lo que cabría esperar, y pese a que reaccionó con desagrado cuando su hermano mayor le propuso la idea de que Alejandro los acompañara, fue el mismo Adolfo quien dijo a Nicolás que no había problema en que el novio de este los acompañara.

Y así lo hicieron. El domingo, después de almuerzo, se reunieron los tres chicos en una conocida intersección y desde allí se pusieron en marcha hacia su destino.

—¿Vas a participar de la lectura? —preguntó Adolfo, llamando la atención de Alejandro.

—No, no participaré, pero Nicolás sí, ¿verdad?

—Así es, y aquí traigo lo que leeré —dijo Nicolás, señalando una bolsa negra que llevaba en la mano.

—¿Tu no vas a leer, Adolfo? —preguntó Alejandro.

—Iba a hacerlo, pero no encontré un texto que me convenciera del todo, que me gustara quiero decir —respondió el pelinegro menor, restándole importancia al tema.

Alejandro, que en un principio estaba nervioso por la actitud que Adolfo tomaría en su presencia, se había relajado ahora que el chico parecía mostrar, al menos en apariencia, una agradable cordialidad, sin ser grosero ni completamente indiferente, como si también estuviera intentando llevarse bien con él. Irremediablemente, era el novio de su hermano mayor.

La vieja casa estaba como la última vez que la visitaron, pero su interior se había organizado y decorado de tal manera que los stands que exhibían los libros y las diferentes mercancías estaban en los salones y en el jardín, reservando el gran comedor para la sesión de lecturas, en donde una larga mesa estaba dispuesta frente a un hermoso ventanal, frente a la cual estaban también ubicadas varias filas de sillas para los oyentes. Durante casi dos horas, los tres se entretuvieron visitando los diferentes puestos y mesones instalados para los vendedores de libros y anticuarios, cuyos productos interesaron a más de alguno: Alejandro y Adolfo, por ejemplo, fueron atraídos por los prendedores y guardapelos, haciendo que intercambiaran opiniones acerca de los diseños que les resultaban hermosos. "Quizá puedan llevarse bien, después de todo. Solo necesitan conocerse un poco más", pensaba Nicolás mientras los observaba, y dejándolos ocupados en esa labor, se fue a mirar los demás mesones cercanos; uno en particular ofrecía gran variedad de viejos volúmenes, con coloridos empastes, encontrándose allí con un chico de rubios cabellos, el único cliente, que preguntaba al vendedor por autores de la Antigüedad. Nicolás no le prestó atención a la conversación ni a sus participantes, y tras mirar brevemente, se alejó en dirección al comedor, momento en el que llegaba Alejandro.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now