Capítulo XLIV

55 11 58
                                    

Adolfo se revolvió con pereza en su cama. El día anterior había bebido, pero estaba lejos de embriagarse, cosa que quedó de manifiesto pues sus padres no hicieron comentarios al respecto. Se hartó de llamar a su hermano y apagó el teléfono antes de irse a la cama, momento a partir del cual no recordaba más nada; asumió que en su enojo se había acostado y dormido inmediatamente, de ahí que no escuchara a sus padres subir las escaleras o la llegada de Nicolás, si es que había regresado efectivamente a casa.

Se levantó con el pijama desordenado y el cabello revuelto, se encaminó a paso lento por el pasillo en dirección al baño cuando algo lo detuvo, ronquidos provenientes del cuarto de su hermano, cosa que le extrañó pues éste no roncaba; con curiosidad se acercó hasta la puerta y apoyó la oreja para oír con mayor claridad, pero como no resultara suficiente, giró la perilla y se asomó dentro de la habitación. Lo que vio entre la penumbra lo dejó sin aliento: Nicolás dormía plácidamente, recostado sobre el pecho de un chico que roncaba sonoramente, y lo peor del caso es que se trataba de la misma persona que viera en la feria del libro besándose con su hermano. "¿Por qué está aquí?, ¿por qué juntos?, ¿papá y mamá lo sabrían?, al menos no están desnudos".

Cerró la puerta y sin ir al baño, regresó a su cuarto, encerrándose y cubriéndose la cara con la almohada de la cama. Se sentía disgustado, celoso, furioso. "¿Están juntos?, ¿de verdad están juntos?". De la nada sus ojos se humedecieron y acabó por estallar en un llanto desconsolado, ahogado por la presión que sentía en el pecho, por la confirmación de que estaba perdiendo a Nicolás.

... ... ... ... ...

Temprano por la mañana, los padres de Nicolás y Adolfo salieron de casa para ir a trabajar, asumiendo como de costumbre que sus hijos estaban bien y durmiendo en sus cuartos, lo cual era cierto, con el detalle de que había alguien más compartiendo la cama del pelinegro mayor.

Cuando Alejandro despertó, lo primero que vio fue a Nicolás durmiendo sobre su pecho. Extendió sus brazos y lo estrechó contra sí, besándole la frente; el chico lucía un semblante tranquilo, completamente diferente del que le viera en aquella ocasión en el jardín, cansado y triste. Nicolás se movió un poco y abrió los ojos con lentitud, perezosos, para encontrarse con la mirada de Alejandro que caía sobre él.

—Buenos días, dormilón, ¿cómo te sientes? —le dijo, acariciándole la mejilla.

—Emmm... hola precioso, buenos días —respondió, sonriente y refregándose los ojos—, me siento bien, tanto que no quiero levantarme.

—¡Je, je!, casi me convences, pero no puedo quedarme, debo volver a mi casa.

—¡Nooo!, no te vayas, quédate conmigo, hoy por lo menos —le suplicó con una voz infantil, abrazándose a Alejandro y hundiendo el rostro en su pecho—, por favor, quédate.

—Awww, no me equivoqué, eres tan lindo y tu mirada tierna, podrías convencerme de hacer cualquier cosa cuando me miras así —dijo, tocando sus largos cabellos negros—, supongo que sí podría quedarme, y ¿qué quieres hacer?

—Quedarnos acostados el día entero, afuera sigue lloviendo así que podríamos comer algo y seguir durmiendo.

—Oye, pero eso no es del todo saludable, y no quiero dormir más, o bueno, no lo sé, quizá cambie de idea —dijo, moviendo la cabeza, como sopesando las opciones.

—Vale, vale, te lo planteo de otra manera, ¿quieres desayunar o prefieres que nos quedemos aquí un ratito más? —ahora Nicolás acariciaba los cabellos castaños de Alejandro, mirándolo con insistencia.

—Bien, vamos por algo de comer y regresamos aquí, hace frío —dijo, rindiéndose ante su mirada.

Ambos se levantaron de la tibia cama que compartían. Fueron primero al baño para asearse un poco, y luego bajaron las escaleras en dirección a la cocina. La casa estaba tan silenciosa que los chicos no se molestaron siquiera en pensar si había alguien más con ellos esa mañana.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now