Capítulo XXIV

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Tan rápido como pudieron, Sebastián y Francisco abandonaron el recinto en donde practicaban y se encaminaron al supermercado en el que Cristina les iba a esperar. Por su parte, Cristina también había salido de su casa y estaba de camino al centro; como no quería demorarse, abordó un taxi y estuvo en el lugar en menos de diez minutos. No pasó mucho para que se encontrara con los chicos, que cargaban consigo sus bolsos y raquetas de la práctica, se saludaron y entraron al supermercado.

—¿Ocurrió algo grave con Alejandro? —preguntó Francisco mientras recorrían los pasillos.

—Sí, pero no tengo el detalle de lo sucedido, por eso le propuse a Alejandro que podríamos almorzar juntos. La idea es que podamos hablar de lo que pasó ayer —explicó Cristina, deteniéndose frente a una estantería llena de latas de conserva—. Disculpen chicos, no he pensado aún en lo que podemos preparar para el almuerzo, ¿qué piensan ustedes?, ¿qué podemos comprar?

—Podríamos llevar pastas, son más fáciles de cocinar, ¿no? —sugirió Sebastián—, ¿o quieren comer otra cosa?

—Pensé en preparar una crema de verduras o algo así. El día está un poco frío y podríamos comer algo más cálido —señaló Cristina—, pero no tenemos mucho tiempo para cocinar, a menos que quieran almorzar a las 15:00.

—¿Y si preparas una sopa y luego comemos pastas, con algunas verduras o una de esas salsas? —propuso Francisco, señalando las latas de conserva junto a ellos.

—Sí, un consomé estaría bien, y las verduras servirlas junto con la pasta, o en una salsa —dijo Sebastián convencido.

—Suena bien, aunque me habría gustado preparar un guiso. En fin, será para otro día en el que nos organicemos mejor —resolvió Cristina.

—Entonces, vamos pronto, no hay mucho tiempo. No queremos que Alejandro se impaciente —dijo Francisco con una risita. Sebastián le imitó.

—No lo creo, Alejandro no quería que fuéramos en primer lugar, pero logré que cambiara de opinión —dijo Cristina—, y, en cualquier caso, es probable que aún esté en pijama. Aunque nos retrasemos, él no se dará cuenta.

Los chicos solo aumentaron la intensidad de las risas y continuaron su camino, no sin antes detenerse a mirar las salsas enlatadas que había en el pasillo.

... ... ... ... ...

Un delicioso aroma alcanzó su nariz, así como el sonido de platos y cubiertos. Nicolás se levantó de la cama y caminó hacia la habitación de Adolfo; éste ya no estaba allí, así que supuso que su hermano era el que estaba cocinando y haciendo todo el ruido en la cocina. Después de entrar al baño, lavarse la cara y las manos, se recogió el cabello y bajó las escaleras en dirección a la cocina, en donde encontró a Adolfo vestido con un delantal y con su atención puesta en la sartén que contenía verduras y pollo, cocinándose sobre el fuego de la estufa.

—Buenos días —dijo Nicolás, acercándose y dándole un beso en la mejilla a su hermano, para luego sentarse y beber un poco de jugo.

—¿Buenos días? Eres un descarado, mira la hora que es —Adolfo señaló el reloj que estaba en la pared: eran pasadas las 14:00—, ¿dormiste bien?

—Sí, ya me siento mucho mejor —respondió Nicolás—. Eso huele muy bien, ¿qué es?

—Es mi guisado de berenjenas, hace tiempo que no lo cocinaba y me pareció una buena ocasión para ocupar las que había en el refrigerador. Estará listo en unos minutos —Adolfo cubrió la sartén con la tapa y se sentó frente a su hermano—. Bueno, ¿vas a decirme qué fue lo que ocurrió ayer?

—Sí —Nicolás bebió un sorbo de jugo y habló—. Prepárate para una larga historia.

—Soy todo oídos —respondió Adolfo.

La mirada del extrañoOnde histórias criam vida. Descubra agora