Capítulo XXX

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Cansado como estaba, Adolfo permaneció encerrado en su habitación después de compartir un aburrido almuerzo con sus padres. Nicolás estaba en casa de su abuela y no regresaría hasta la noche. A eso de las 21:00, cuando volvió a despertar, se levantó al baño y pasando junto al dormitorio de su hermano, descubrió que Nicolás aún no había llegado. Bajó al primer piso, cruzó por delante de sus padres que reían ruidosamente mientras veían una película, y fue a la cocina con la intención de prepararse un té y comer algo; se alegró mucho cuando halló un paquete de galletas guardado en la despensa. Cuando estuvo listo para sentarse a la mesa, oyó la puerta principal abrirse: era su hermano. Dejando de lado la última conversación que habían sostenido, Adolfo fue a recibirlo, dándole un fuerte abrazo y un beso en la mejilla.

—¡Qué bien que regresaste!, ¡te eché de menos!

—¡Hola!, sí, también yo te eché de menos —Nicolás no guardaba resentimientos hacia él, así que también le abrazó.

—Acabo de preparar té, ¿quieres acompañarme?

—Sí, tengo un poco de hambre porque rechacé la invitación de la abuela para quedarme a cenar —dijo—, y te envía sus saludos.

—Gracias. Entonces ven, el agua está recién hervida —dijo Adolfo, caminando hacia la cocina.

—Vale, me lavo las manos y voy —fue a dejar sus cosas al dormitorio, pasó al baño y volvió a la cocina, donde Adolfo había colocado ya una taza nueva en la mesa, también había un pastel de hojarasca que encantaba a Nicolás—. ¡Qué rico se ve!

—No sabía que había de este pastel, pero lo vi cuando revisé de nuevo en el refrigerador, y como sé que te gusta lo serví para ti.

—Gracias —dijo, sentándose.

—Nicolás, hay algo que quiero decirte —dijo Adolfo después servir el agua en las tazas.

—¿Sí?, dime.

—Sé que no pasamos juntos mucho tiempo, no compartimos demasiado salvo cuando estamos en casa y aun me parece poco —empezó Adolfo—, por eso quiero hacerte una invitación: mañana habrá una feria del libro.

—¿Feria del libro?, ¿y en dónde? —Nicolás sonaba interesado.

—Sí, una feria del libro en la vieja casa que está en la esquina a unas calles de aquí, la que tiene el amplio jardín a su alrededor, ¿recuerdas?

—Sí, la recuerdo —no necesitó más descripciones para saber de qué casa se trataba: era aquella que estaba ubicada en la esquina en donde se había despedido de Alejandro la noche que se conocieron, cuando se abrazaron la primera vez.

—Quiero que vayamos juntos y pasemos la tarde allá, que nos divirtamos los dos y bueno, ojalá encontremos algún libro interesante, ¿qué dices?

Nicolás guardó silencio un instante y después sonrió como a Adolfo tanto le gustaba.

—Iremos, sí, ayudará a distraernos y lo pasaremos bien, juntos.

—¡Gracias!, ¡eres el mejor! —y lo volvió a abrazar, gestos que, en otro momento, cuando eran pequeños, fueron frecuentes pero que se fueron perdiendo a medida que crecían y repetirlos traía de regreso lo agradable de la sensación, aunque también teñida de nostalgia. Cuando se separaron, Adolfo notó que las uñas de su hermano seguían sin color y recordó el ofrecimiento que antes le hiciera—. Cuando terminemos de comer, te pintaré de las uñas, ¿vale?

—¡Sí!, por favor hazlo, me gustaría mucho —dijo Nicolás al oírlo.

—Quedarán hermosas y harán juego con las mías —dijo, comparando las manos, ambas delgadas y de dedos largos, aunque las uñas de Adolfo eran más largas y pulidas.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now