Capítulo IX

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Ese día no hacía calor, pero se le antojaba beber algo frío. No iba al local sino a comer y, con todo, Nicolás quería algo diferente. Pasó directamente y se sentó en la barra, frente al bartender que, tras mirarlo un poco, lo reconoció.

—Bienvenido, ¿qué se va a servir? —preguntó Ignacio como hacía de usual con todos los clientes.

—Quiero un mojito, por favor.

—Bien, lo preparo de inmediato —dijo, dándose la vuelta para tomar las botellas de ron y agua mineral que necesitaba, así como demás ingredientes para uno de sus tragos mejor evaluados. Mientras lo hacía, de tanto en tanto, observaba el comportamiento del chico de pelo negro: estaba distraído y se volteaba a mirar alrededor como buscando a alguien. Sin querer, Ignacio dijo lo que pensaba—: Él no está aquí.

—¿Qué? —Nicolás se sorprendió y miró al bartender—, ¿a qué te refieres?

—Alejandro no está aquí, su turno no comienza aún —Ignacio hablaba sin mirarlo, estaba concentrado en su trabajo—. Hiciste mucho alboroto la última vez, bueno, en realidad los dos.

—Tal vez, no lo recuerdo —dijo Nicolás, agachando la cabeza, ruborizado, avergonzado porque de verdad no recordaba lo que había pasado ayer a su alrededor. Pero a qué venía toda esa plática sin sentido—. ¿Por qué me dices esto?, ¿acaso eres amigo de Alejandro?

—¿Lo eres tú? —fue la respuesta cínica de Ignacio, al tiempo que ofrecía el vaso con el cóctel en una bella presentación y un delicioso olor a menta—. Aquí tiene, que lo disfrute.

Ignacio no dijo más y se alejó para atender a otras personas sentadas en la barra. Nicolás miró el vaso frente a él, lo tomó y bebió un poco. "Exquisito", pensó, "pero el que lo preparó es un imbécil".

... ... ... ... ...

La conversación se prolongó por más tiempo del que habían calculado. No solo habían acabado su almuerzo, sino que se había hecho tarde y el local ya había cerrado, quedando ellos al interior. Se sumó también el hecho de que Sebastián se retrasaría un poco en pasar por ellos, dando pie a que la pareja de amigos conversara a sus anchas y permitiendo a Cristina hacer todas las preguntas que quería.

—Así que eso fue lo que sucedió —dijo Cristina. Su rostro daba a entender que estaba todavía asimilando los eventos que Alejandro le acababa de narrar con todo detalle.

—Increíble, ¿verdad? —Alejandro tomó su vaso y bebió el resto de jugo que aún quedaba.

Al principio le había costado hablar, no sabía por dónde comenzar, pero al final, se dio ánimos y soltó todo, desde el encuentro con Nicolás hasta los acontecimientos en el restaurant, haciendo mención a los extraños sentimientos que el otro chico le provocaba. Durante su monólogo, Cristina se limitó a escucharle, sin hacer ninguna interrupción y solo instando a su amigo a continuar cuando parecía dudar o se detenía en su historia.

—Bueno sí, es increíble, no lo niego, pero el hecho de que en tan poco tiempo se hayan vuelto a encontrar, eso sí que me llama la atención. ¿Sabes si él vive cerca de tu casa?, digo, ya que caminaron cerca y parecía conocer el barrio —comentó.

—Aún no lo sé, quiero hablar con él acerca de todas estas cosas la próxima vez que nos veamos —respondió Alejandro, su rostro se había suavizado y ya no estaba nervioso. Sin duda, hablar con su amiga le había quitado un gran peso de encima.

—Así que vas a verlo, entonces. No sería mejor que hablaran por teléfono primero, o escribirse por email. En realidad, no sabes nada de Nicolás —sugirió Cristina, apoyando su cabeza sobre una mano. Sin querer había comenzado a llamar a Nicolás por su nombre.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now