Capítulo LXVII

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Mientras se preparaba el desayuno, Ignacio marcó el número de Nicolás, sin obtener respuesta. «Deja tu mensaje en el buzón de voz», decía la grabación.

Dejó de lado el aparato y se dispuso a comer, hasta que una nueva llamada entrante lo distrajo. Provenía de una fuente inesperada.

—¡Ignacio!, ¡hola!, habla Cristina —saludó la chica.

—Hola, vaya sorpresa que me das.

—Lo es, perdona si te molesto a esta hora de la mañana, pero necesitaba hablar contigo.

—¿Sí?, ¿de qué se trata?

—Podrá sonar extraño, pero ¿has hablado con Nicolás recientemente?

Ciertamente era una pregunta extraña para formular de forma tan repentina, advirtiendo Ignacio que habría alguna razón tras la llamada.

—¿Nicolás?, no, no he hablado con él desde hace unos días, ¿sucede algo? —dijo, intentando sonar tranquilo.

—Alejandro no regresó a su casa anoche, y por lo que supimos más tarde, Nicolás tampoco lo hizo. Los padres de ambos están muy preocupados.

—¿Qué dices?, ¿y estaban juntos los dos?

—Según lo que nos dijeron sus padres, los dos salieron juntos después del almuerzo, iban al Jardín Botánico, pero ya en la noche, a la hora que se supone regresarían, bueno, no lo hicieron —explicó Cristina—. Ninguno está respondiendo a las llamadas e incluso ahora, que he intentado contactar con Alejandro desde anoche, sigo sin poder ubicarlo.

Las palabras de la chica le inquietaron, más de lo que ya estaba. ¿Sería esa la razón por la cual se despertó sobresaltado la otra noche?, ¿el sueño que tuvo era indicio de que algo les ocurrió a Nicolás y Alejandro en el camino de regreso?, ¿sería por eso que el pelinegro no contestó su llamada antes?

—¿Ignacio?, ¿sigues ahí?

—Sí, disculpa, dime algo, Cristina, ¿has vuelto a hablar con los padres de ellos?, para saber si hubo noticias.

—Aun no, pero les hablaré en breve. Estoy muy angustiada por Alejandro, apenas pude dormir y, bueno, pensé que tu podrías saber algo, te has vuelto cercano a Nicolás ¿no?

—Así es, pero lo siento, no sé nada al respecto. De todas maneras, seguiré tratando de ubicarles en lo que tú llamas a los padres, para este momento quizá ya han aparecido.

—Ojalá así sea, gracias Ignacio.

—Gracias a ti por llamarme y avísame si te enteras de algo.

—Lo haré, hasta pronto.

La llamada finalizó y el bartender se quedó viendo a la nada unos instantes. Una sensación molesta le invadió al ver que había una conexión entre su sueño y la desaparición de los chicos, mientras que al mismo tiempo se lamentó de no poder hacer algo al respecto. De pronto se sintió muy solo e inapetente, viendo su desayuno enfriarse delante de él y no animarse a probar bocado; no era eso lo que necesitaba. En ese momento quería, más que otra cosa, estar con Javier.

... ... ... ... ...

Adolfo no pudo pegar ojo en toda la noche.

Habría acompañado a sus padres al hospital, pero estos le insistieron en que se quedara. Los adultos ya estaban demasiado intranquilos como para tener que lidiar con las reacciones bruscas que podría tener del chico ante el grave estado de su hermano mayor.

Además de la aflicción que sentía, el corazón se le llenaba poco a poco con una furia imparable, provocada únicamente por la imagen de Lucas; aunque llevaba horas devanándose los sesos, no daba con otra solución al problema que no fuera el rubio como autor de los desafortunados hechos. En su mente, Adolfo entendía que Lucas se había cobrado en su hermano y Alejandro todos los rechazos que le hizo, y pese a que todavía no le daba una respuesta concreta a lo que fuera que el otro aspirara con sus propuestas, al menos habían tenido un acercamiento que, según parecía, no era suficiente; por el contrario, Lucas lo habría tomado como un nuevo desaire que acabó por hartarlo.

La mirada del extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora