Capítulo XLII

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Regresó a casa a eso de las 22:30. La luz baja de la sala estaba encendida y en el salón contiguo estaban sus padres viendo la televisión.

—Ya regresé —dijo Adolfo sin ganas.

—Hola, hijo —saludó el padre.

—Hola —dijo su madre—. Sobre la mesa de la cocina hay pan fresco para que comas.

Pasó junto a ellos y fue a su habitación, no sin antes dar un vistazo al cuarto de su hermano, solo para llevarse una decepción: estaba vacío.

—¡Mamá!, ¿dónde está Nicolás? —preguntó en voz alta.

—Salió en la tarde, ¿se te olvidó? —respondió la mujer.

—No se me olvidó, es que no ha regresado todavía, ¿dónde está? —insistió Adolfo.

—Ni idea —dijo el padre, encogiéndose de hombros—. Llámalo si quieres y pregúntale.

Adolfo se molestó y fue a encerrarse en su dormitorio, tomó su teléfono y marcó el número de su hermano. Nicolás no respondió, ni ese ni ninguno de sus posteriores intentos para comunicarse con él. Frustrado, dejó el teléfono sobre el velador y se recostó, mirando al techo. "Estás con ese despistado, ¿verdad?", pensaba, imaginándose lo que estaría haciendo su hermano. Pasó un rato y se quitó la ropa que llevaba, tomó consigo su holgado pijama y fue al baño a lavarse. Estaba molesto y la envidia que sentía hacia Alejandro no hacía más que crecer en su interior, desde el mismo día que lo viera con Nicolás; desde el mismo día en que lo rechazara. "¿Por qué me siento así?, ¿por qué no puedo deshacerme de estos pensamientos?, ¿por qué no puedo olvidarte?, ¿debo amarte o debo odiarte?, aunque si no me correspondes... tendré que..."

... ... ... ... ...

Ignacio daba giros sobre sus pies, tan ligero que parecía flotar, y Javier estiraba sus brazos para atraerlo hacia sí, sosteniéndole de las manos y acariciándole el rostro. Tan ebrios como los chicos que bailaban cerca, Ignacio notó que Alejandro y Nicolás habían desaparecido de la pista.

—Esos dos se escaparon, ¿qué no podían aguantarse?, ¡ja ja ja ja!

—No, y yo tampoco creo que pueda —dijo Javier, abrazando a Ignacio por la espalda, besándole el cuello.

—Oh..., ¿tan irresistible soy? —dijo con una voz suave que solo provocaba más al peliblanco.

—Lo eres, más cuando hablas así —Javier le hablaba en el oído y sus manos bajaron hasta alcanzar su abdomen—. ¿No crees que va siendo hora de buscar algo más privado?

—¡Ja ja ja!, el alcohol sí que te hizo efecto, ¿eh?

—Sí, y aprovecharé la oportunidad.

—Eres un descarado —y lo besó con el mismo deseo, tocando el rostro sudado de Javier—. ¿Qué tienes en mente?

—Vamos a mi departamento..., pasa la noche conmigo.

—¿Ahora?

—Cuando tú lo digas. Hay mucho ruido en este lugar y quiero acabar de emborracharme tranquilo en mi casa, en mi cama contigo.

—Muy directo, tal y como me gusta, entonces, ¿nos vamos?

No hubo respuesta, solo un beso y ambos se dirigieron hacia la salida. Afuera hacía frío y el viento soplaba.

—¡Ah!, ¡qué bien se siente! —dijo Ignacio, respirando el fresco aire de la noche, en contraste con el ambiente denso del interior.

—Sí, con este frío se me pasará la borrachera —dijo Javier, refregándose las manos—. Mi departamento no está lejos de aquí, vámonos caminando.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now