Capítulo XXXI

64 18 80
                                    

Las personas con las que hablaba Nicolás no eran del todo cercanas a él o su hermano, eran personas del barrio con las que no hablaban, pero saludaban con frecuencia; habían coincidido por casualidad en el mismo sitio y dadas las circunstancias se habían animado a entablar conversación, pero pasado un tiempo comenzaba ya a aburrirse y lamentaba no haber seguido a Adolfo quien rápidamente había desaparecido de su vista.

Cuando al fin estuvo libre, se alejó discretamente y tomó asiento en otra habitación donde no había ningún rostro conocido, sin prestar atención a nada y a nadie; fue ahí cuando sus ojos fueron a posarse sobre la persona que entraba: era Alejandro. Nicolás bajó la vista e intentó pasar desapercibido ubicándose en otra silla más al rincón, detrás de las personas reunidas en ese lugar conversando; Alejandro se acercó al mostrador donde se exponían los libros y para cuando Nicolás volvió a mirar con disimulo, el chico hablaba amenamente con algunos de los presentes. La incomodidad que le generaba permanecer oculto se hizo patente, y aunque deseaba hablar con Alejandro más que otra cosa, no le pareció apropiado acercársele para apartarlo del resto pues se notaba que el chico tenía más llegada con las personas que él. En cuanto el grupo que estaba frente a él se separaba, salió de la habitación en medio de las personas que hicieron lo mismo, mientras que Alejandro permaneció abstraído comentando los libros junto a las personas que los vendían.

Con fastidio, buscó un rato a Adolfo, pero solo consiguió a más conocidos que se le acercaron a hablar, pero pasó de ellos sin detenerse y apenas cruzando un saludo. Retomando el motivo de la visita, se acercó al mostrador que tenía más próximo, en el que observó un ejemplar que hace tiempo pensaba comprar, lo revisó y tras consultar el precio, decidió llevarlo pese a ser un libro usado; era una de esas típicas compras rápidas que solía hacer solo para justificar la visita a la feria, pues no le agradaba la idea de irse sin haber conseguido nada. Parecía que Adolfo se había esfumado del lugar así que Nicolás salió de la casa en dirección a los jardines, en donde había algunos mostradores más con libros y otros ofreciendo bebidas. Buscó con la mirada donde sentarse y cuando encontró sitio, en un lugar apartado, comenzó a hojear el libro que tenía en las manos; eso era mejor que tener que verle la cara a un grupo de personas que ni siquiera le interesaba.

Alejandro lo vio salir, aunque fingió no hacerlo. Intrigado por su desaparición, se fue a buscarlo en cuanto quedó libre de los vendedores y sus preguntas; miró en todas las habitaciones pasando incluso por la cocina, pero no lo encontró. Pensó que tal vez Nicolás se había ido de la feria, así que salió al patio y tal fue su alivio al verlo sentado en una banca bajo el sauce del jardín. Dudó por un momento en acercarse, pero fue fiel a lo todo lo que había dicho recientemente a sus amigos, enfrentó sus miedos y, por si fuera poco, recordó la línea del horóscopo que leyera antes.

—Así que estabas aquí —le dijo con la mayor naturalidad mientras llegaba a su lado, cubriéndose los ojos con una mano. El sol comenzaba a decaer—. ¿Te estabas aburriendo?

—Sí, un poco —quedó atónito cuando vio a Alejandro llegar, luciendo un chaleco de tonos marrones que le cubría hasta poco más abajo de la cintura, pantalones ajustados y zapatillas con caña. Le parecía más atractivo ahora que lo veía completamente y sin disimulo—. ¿Por qué tu...?

—No digas nada —dijo, sentándose a su lado y cubriéndole sutilmente los labios con el dedo índice—. Yo también me estaba aburriendo un poco.

—¿En serio?, ¿por qué viniste, entonces? —preguntó Nicolás, bajando la vista—, ¿acaso sabías que yo estaría aquí hoy?

—No, no lo sabía, aunque esa habría sido una buena excusa para venir —dijo Alejandro con una sonrisa tímida—. Pasaba frente a la casa por casualidad, pregunté qué había y decidí entrar. Es todo.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now