Capítulo LXIV

47 7 49
                                    

Tras saber que Lucas era el responsable de los ataques, la sorpresa, el espanto, el repudio y algo más se habían mezclado dentro de la mente y corazón de Adolfo. Conforme pasaron los días y las semanas, la curiosidad aumentó y después de mucho pensarlo, se animó a hablar otra vez con el rubio.

—¿Puedo acompañarte? —le había preguntado.

Lucas se echó a reír y le advirtió que no estaba jugando, que no se tomara a la ligera el hecho de ir con él por las noches, que era un riesgo que debía tomar si en verdad estaba dispuesto, aceptando que las cosas a futuro podían complicarse e ir a peor.

—¿De verdad te gustaría acompañarme?

—Sí, y acepto las consecuencias que esto implique —fue lo que respondió.

—Ahora yo quiero preguntarte algo, ¿por qué haces esto? —preguntó, acortando la distancia entre ellos, pero sin llegar a tocarse. Aun no llegaba el momento de hacerlo—. Dime, ¿qué fue lo que tanto te atrajo?, ¿acaso te excitó verme golpeando a alguien?, ¿te gustaría verme hacerlo de nuevo?

—No lo sé, puede ser, tal vez me hace sentir especial el ser parte de algo.

—¿Parte de algo?, ¿qué quieres decir?

—Esto del "maniaco encapuchado", era un secreto, ¿no?, digo, no creo que más personas sepan que eres tú, ni siquiera Tomás.

Lucas guardó silencio, aunque su rostro fue claro reflejo de cómo se sentía. Había tocado una fibra muy delicada.

—Lo sabía, es por eso que quiero verte hacerlo otra vez, es algo que solo sabemos tu y yo, no tengo nada que envidiarle a Tomás —Adolfo sonrió, llevando su mano hasta la mejilla del chico, quien abrió los ojos y la boca, incrédulo de que el pelinegro tuviese esa clase de reacción—. Por lo demás, estoy seguro de otra cosa, yo no fui el único que disfrutó de la escena esa noche, tú también Lucas, te esforzaste en llevarme hasta ese lugar y viera con mis propios ojos lo que me negaba a creer.

—Tú fuiste quien me orilló a hacer todo eso, ¡tú fuiste quien me convirtió en esto! —dijo, tomando bruscamente la mano que le tocaba, y reteniéndola contra la pared del callejón. Sin embargo, contrario a sus expectativas, Adolfo no opuso resistencia, por el contrario, sus ojos reflejaban determinación: era esa mirada desafiante que tanto le gustaba, esa mirada con la cual le retaba cada vez que se veían, era esa mirada que en verdad le provocaba escalofríos en todo el cuerpo; ojos por los cuales habría prendido fuego a toda la ciudad. Eso era lo que le gustaba de Adolfo, su reticencia a dejarse tocar por sus manos—. Por una vez en la vida, ¿me dejarás besarte?

—Solo si me dejas ir contigo a partir de ahora, quizá y sí me excita verte como en aquella ocasión, sucio y ensangrentado. Tendré que verlo para estar seguro —respondió Adolfo sin dudas en su voz. Era como si de repente todos sus miedos se hubiesen esfumado, quedando solamente un hombre resuelto que hace lo que quiere—. ¿Qué decides, Lucas?, ¿o es que soy yo quien te asusta ahora?

—¡No me asustas!, ¡me vuelves loco!

Sin dejar de sujetarlo, se acercó hasta su cuello e inhaló la fragancia seca y amaderada del perfume, con notas concentradas que antes no había sido capaz de percibir. Era delicioso y ya casi no podía resistirse a los deseos que tenía de besarlo.

Al final, el rubio tomó una decisión.

—Has lo que te plazca, ven, sígueme, obsérvame, mastúrbate si es lo que quieres, no me importa, pero no me tortures más con tu rechazo, déjame besarte.

—Trato hecho —respondió Adolfo, con una mueca de satisfacción—. Aquí está tu premio.

El pelinegro se adelantó y posó sus labios sobre los del otro, pero el contacto fue tan corto que Lucas apenas si tuvo tiempo para disfrutarlo, dejándolo con ganas de probar más.

La mirada del extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora