Capítulo LXXVII

39 7 61
                                    

CAPÍTULO ESPECIAL (ATRASADO) DE DÍA DE SAN VALENTÍN.

*Los eventos ocurren durante la noche de la llegada de Alejandro y Nicolás a casa de los abuelos, y después en los dos días siguientes.

Una vez se lavaron en el baño, los chicos se pusieron el pijama y se fueron a sus camas. O a "la cama", más bien. La verdad es que la solución que encontró Alejandro resultó ingeniosa y Nicolás, lejos de discutirle si estaba bien o mal, aceptó dormir de esa manera convencido de que sus abuelos no vendrían a comprobar lo que hacían. Por otra parte, y a sabiendas del estado físico de su novio, Alejandro fue quien se movió hasta quedar a su lado, no quería someterlo a esfuerzos innecesarios y si él debía tomar la iniciativa, lo haría con todo gusto.

—¿Estás cómodo?, ¿te duele algo? —preguntó, cubriéndolo con las mantas.

—Estoy bien, de verdad, no me hagas sentir como si fuera una persona inválida, mira —dijo, volteándose para quedar de lado y verle mientras hablaba—, puedo moverme por mi cuenta, hay cosas que debo hacer con cuidado, claro, pero...

—Es que me preocupé, no había visto tu cuerpo hasta ahora.

—Ale, estoy completamente sano, de verdad —dijo, dándole un beso en la frente—. Además, soy el que debería estar preocupado por ti, de que te sientas bien, cómodo. Tu eres el invitado.

—Bueno, ya que lo mencionas, ¿sabes qué me haría sentir bien? —preguntó con malicia, llevando una mano bajo las sábanas.

—¡Oye!, ¡oye!, no te pases de listo —dijo, sintiendo como le tocaban la entrepierna—. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?

—¿Hacer qué? —se hizo el desentendido, colando su otra mano bajo la camisa para tocar el pecho del pelinegro.

—Acabamos de llegar y este no es el sitio apropiado para hacerlo, sabes a qué me refiero.

—Sé más claro, por favor, ¿que no hagamos qué?, no entiendo.

Nicolás estaba haciendo esfuerzos para contenerse, pero el tono de voz y los roces que Alejandro se empeñaba en usar para provocarle comenzaban a derribar sus defensas.

—No es el momento ni el lugar para que hagamos "el delicioso".

Alejandro soltó una carcajada por la expresión que el otro decidió emplear.

—Como sea, alguien aquí abajo no está de acuerdo, y yo tampoco —dijo, tomando la mano de Nicolás y llevarla hasta su miembro.

El pelinegro tragó saliva.

—Vale, vale, no haremos "el delicioso", por ahora —dijo Alejandro con una mirada seductora, para luego susurrarle al oído—, pero no nos vendría mal jugar con las manos, ¿qué dices?

—Ya que has sido tú quien provocó todo esto, hazte responsable y soluciónalo —dijo, apartando las mantas y quitándose los pantaloncillos.

—Con placer —dijo, imitándole para quedar en igualdad de condiciones, desnudos de la cintura para abajo.

... ... ... ... ...

El día había amanecido nublado, sin embargo, después del mediodía el cielo se despejó y el sol irradió su calor sobre la costa.

La abuela Elena salió temprano para el mercado y los chicos, en un acto casi milagroso, se levantaron para ir con ella. Además de las cosas necesarias para el almuerzo, compraron fruta fresca para degustar por la tarde: peras, manzanas, duraznos y uvas, un poco de todo.

Después del almuerzo, que consistió en pescado frito con puré de patatas, acompañado de ensaladas surtidas, la abuela les insistió a Nicolás y Alejandro que fueran a la playa en lugar de quedarse en la casa, que el día estaba muy lindo y que debían aprovechar cada momento. Ellos obedecieron y, sin llevar nada más que sus teléfonos, salieron rumbo a la playa.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now