Capítulo XL

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La música volvía a escucharse fuerte y la gente retornó a la pista de baile tras el retiro de la plataforma que se había instalado para el discurso; algunos grupos se reunían en torno a la barra y en las mesas cercanas, compartiendo tragos y una conversación amena.

Después de presentarse apropiadamente, Nicolás y Alejandro, Javier e Ignacio, y Katerina y Ariel sostuvieron una tranquila plática, cada uno con una bebida helada, relatando las vivencias de los pasados días, así como respondiendo las preguntas que surgían.

—Yo... les debo una disculpa, no era mi intención ser molesto con ustedes, solo quería mantenerme al margen de todo el asunto —decía Ignacio ante la mirada atenta de los chicos—, y a ti, Ariel, sé que nuestro trato no ha sido el mejor pero ahora que sé lo preocupado que estabas por Javier y por mí, te pido disculpas.

—Soy yo el que debe disculparse contigo, Ignacio, no debí haberme inmiscuido en tu vida ni forzarte a que me dijeras tus problemas, te estaba molestando cuando en realidad debí dejarte tranquilo, las cosas no estaban bien y yo no lo supe ver —dijo Ariel muy apenado—. Debí hacerte caso y esperar a que tú quisieras hablar, como lo has hecho ahora, ¿está bien si hacemos las paces y volvemos a empezar?

—Sí, está bien —dijo Ignacio, extendiéndole la mano al ayudante—, ¿compañeros?

—Compañeros —respondió, estrechándosela con una sonrisa en el rostro—. Esto era lo único que quería, Ignacio, que nos lleváramos bien.

—Vale, vale, pero recuerda que cuando quiera estar solo, tendrás que hacerlo.

—Claro, ya no te molestaré más —dijo Ariel, asintiendo con la cabeza—. Ahora que está todo bien, quiero felicitarte, a ambos y sepan que tienen todo mi apoyo.

—Gracias, Ariel —dijo Javier, también estrechando la mano del ayudante—. Aunque apenas nos conocemos, te estoy agradecido por la ayuda, desde un inicio me diste la impresión de ser un buen tipo y al parecer no me equivoqué.

—Y por supuesto, también ustedes tienen mis felicitaciones y mi apoyo completo —continuó Ariel, dirigiéndose a Nicolás y Alejandro—. Me alegra mucho que hayas tomado una decisión, Alejandro, y espero que el hecho de verlos aquí hoy sea solo el indicio de su relación va en serio.

—Gracias, Ariel, y así es, vamos en serio —dijo Alejandro, rodeando con el brazo a Nicolás y éste recargando su cabeza en el hombro del peliclaro.

—No quiero ser menos en esta especie de confesionario así que también les doy mis felicitaciones y así como tú me apoyaste, yo también te apoyaré —dijo Nicolás, dirigiéndose a Ignacio, que desvió la vista como restando importancia al asunto—, por favor, Ignacio, no te hagas el duro con nosotros, sabemos que no eres tan frío como pretendes parecer.

—A mí me sorprende que hayas accedido a hablar con Nicolás y más aún, que hayas deseado lo mejor para nosotros —comentó Alejandro, viendo a Ignacio con simpatía y éste evitaba a toda costa hacer contacto visual—. Gracias por ayudarnos, Ignacio.

—De nada —respondió el bartender y agregó—, para tu tranquilidad, nunca te he considerado una persona desagradable.

—Tampoco para mí, Ignacio, tampoco para mí —y Alejandro le dio un sorpresivo y caluroso abrazo que al principio el otro quiso rechazar, pero terminó aceptando de buena gana, hasta correspondiéndole con una tenue sonrisa—. A partir de ahora, las cosas irán bien para todos.

—Así será, estoy seguro —dijo Ignacio al fin más relajado y ya no tan incómodo por la presencia de Alejandro y Nicolás, pues al final del día ellos compartían una historia similar a la vivida por Javier y él.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now