Capítulo XXIX

66 18 95
                                    

Hacía un clima fresco pero agradable. Tomó asiento en una de las butacas que había en el patio y miró al horizonte, perdiéndose en el infinito, tan distraído que no se percató de la presencia de su abuela en otra junto a él.

—¿Ha estado muy ocupado, hijo?

—¿Ah?, sí, he tenido mucho trabajo, de hecho, fue por eso que no vine la vez pasada —dijo Nicolás, volviendo a la realidad.

—Cuando tu hermano estuvo aquí dijo que a veces ni te veía en la casa. ¿Estás descansando bien? —comentó la abuela mientras comía un durazno.

—Sí, aunque a veces no puedo dormir tanto como quisiera. El trabajo no deja de llegar y tengo que seguir cumpliendo —Nicolás bajó la vista y evitó hacer contacto visual, pero su abuela se acercó y acarició los largos mechones oscuros de su nieto.

—A mí no me engañas como a tus padres, sé que algo te ocurre porque no luces bien, hijo, ¿qué pasa?

—Estoy cansado, abuela, estoy cansado de pretender que todo está bien y que las cosas funcionan. No es así. Hago todo lo que puedo y aun así no consigo que todo esté bien. Y ahora hay algo más que solo trabajo en el que pensar —se desahogó Nicolás.

—Tranquilo, hijo, sé que estás esforzándote mucho en tu trabajo y los estudios. Tu abuelo y yo sabemos que tienes las capacidades para lograr tus metas y nunca nos has decepcionado —dijo la mujer, dándole tranquilidad y confianza—, y si ahora has conocido a una muchacha, estaremos felices de que pueda ser feliz. Sería la primera novia que te conocemos.

—Ojalá fuera tan sencillo como tú lo dices, abuela, y alabo tu buena intuición para saber lo que me ocurre, pero... no es así —Nicolás soltó un suspiro y una débil sonrisa se dibujó en sus labios—. La persona que conocí no es una chica, es un chico.

—¡Oh!, pero eso está bien, pueden ser amigos. Tú nunca has sido un niño muy amistoso así que vendría bien que...

—¡Abuela!, no es eso, no es mi amigo. Ese chico me gusta, ¡me gusta! —dijo casi en un lamento, como si hubiera cometido un horrible pecado.

—¿Qué dices, hijo?, ¿te gusta otro hombre? —el tono de la mujer cambió, ya no era suave sino fuerte y severo, como buscando una explicación—, ¿cómo ocurrió eso?

—Ni yo lo sé, solo ocurrió y cuando hablamos sobre esto las cosas no acabaron bien: ya no nos hablamos y me siento mal. Pienso en él y por lo que he sabido, él está igual, ocultando su sufrimiento. Yo no quería esto, solo vivir una vida tranquila pero no, aquí estoy llorando por otro hombre, otro chico al que quiero seguir conociendo, estar con él y compartir más y más experiencias. Saber por una vez lo que es amar.

Nicolás se largó a llorar en las faldas de su abuela mientras ésta procesaba todo lo que acababa de oír. Por la educación que ella había recibido y su forma de pensar, lo que le ocurría a su nieto estaba mal, no podía ser, pero al mismo tiempo se compadecía de él porque sabía cómo era Nicolás, ese niño que nunca tuvo amigos y que con el tiempo fue haciéndose frío y distante. Ahora estaba ahí, desconsolado y sufriendo por otro niño como él, cuestionándose la idea de ser feliz.

—Hijo, no se preocupe, dele tiempo al tiempo y verá como ese niño y usted vuelven a hablarse —la anciana tomó el rostro del chico y lo besó en la mejilla, para luego abrazarlo fuertemente. Nicolás no pudo menos que llorar, pero ya no de dolor sino de alivio.

... ... ... ... ...

Resultó curioso y extraño que don Julio citara al personal un día lunes. Todos los trabajadores del local concurrieron durante la tarde de ese día para no incomodar a nadie, desde los camareros, bartender, cajero, a la anciana cocinera y sus ayudantes, incluso los auxiliares estaban ahí.

La mirada del extrañoKde žijí příběhy. Začni objevovat