Capítulo XXXVIII

54 17 106
                                    

Katerina lo llevó dentro del departamento, cerró la puerta y fueron hasta la sala. Dejó a Ignacio en el sofá y ella se sentó frente a él en una de las sillas.

—Ignacio, ¿es verdad lo que acaba de ocurrir?

—Sí, lo fue, ¿qué puedo hacer? —dijo el bartender, cubriéndose el rostro con las manos, completamente acongojado.

—Primero, hay que poner las cosas en claro, ¿qué sientes tú por Javier? —comenzó la chica, adoptando una actitud seria.

—Es mi amigo, el más importante y lo quiero mucho —afirmó Ignacio sin levantar la mirada.

—¿Sólo como amigo?

—¿Qué?, claro que sí, no entiendo por qué él ha visto otra cosa.

—Quizá tú le has dado señales de forma inconsciente y Javier las ha entendido de esa manera, mientras que él ha dado señales que tú no has sabido identificar, algo más que la extraña amistad que han llevado por tanto tiempo y que, como ves, los ha llevado inevitablemente a esta situación —dijo Katerina, quien había visto sus interacciones y pensado en más de una ocasión que ellos no actuaban como amigos, pues los roces y las miradas que se dedicaban eran indicadores de que allí había algo más, algo que ninguno de los dos era capaz de definir con exactitud, ya fuera porque resultaba más cómodo vivir así, o ya porque no sabían cómo hacerlo y salir de la incertidumbre—. Dime una cosa, ¿por qué Javier estaba aquí hoy?

—Se quedó y pasó la noche conmigo. Hoy desayunamos y dormimos un poco después, incluso íbamos a almorzar juntos.

—¿Durmieron juntos?

—Sólo después del desayuno.

—¿Crees que eso es normal entre amigos?

—No lo sé, supongo.

—No estoy de acuerdo, ¿estás seguro de que todo iba bien entre ustedes?, ¿no viste lo que Javier estaba sintiendo? —dijo Katerina visiblemente consternada.

—No, no pude verlo, ¿fue tanta mi ceguera?

—Al parecer, sí.

Ignacio hizo un recorrido por los momentos que habían compartido, desde que se conocieran en aquel pequeño recital de invierno, como intercambiaron teléfonos y empezaron a charlar, cada vez más hasta convertirse en amigos, unidos por el trabajo que desempeñaban y por la confianza que iba creciendo, al punto que, en el día que sus padres se divorciaron, Javier lo acompañó y fue su único consuelo; además de Katerina, el peliblanco era su único amigo, la única persona con la que se sentía conectado, la única persona por la que realmente tenía sentimientos, la única por la que sentía amor.

—No puedes dejarlo así, tienes que hablar con él.

—...

—Oye, tú no eres el único que está sufriendo, Javier debe estar igual o peor, y sabrá Dios por cuánto tiempo ha estado reprimiendo lo que siente. Lo que pasó hoy fue el punto de quiebre, el fin de su paciencia y acabó demostrando sus sentimientos por ti.

—¡No lo digas!, ¡no quiero oírlo!

—¿Cómo puedes ser tan egoísta?, ¿no te importa Javier?

—¡Claro que me importa!

—¿Estás seguro?

—¡Sí!, ¡lo estoy!, ¡pero no sé qué hacer!

—Comienza por calmarte, ¿vale? —dijo Katerina, tomándolo de las manos—. Tienes que definir tus propios sentimientos, ¿quieres perder a Javier?, ¿que siga sufriendo por tu causa?

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now