Capítulo XXV

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Javier permaneció de rodillas delante de él, sujeto a sus brazos, con el pecho oprimido, ahogado, la cabeza gacha y soltando lágrimas. Ignacio le miraba en silencio, sin encontrar las palabras: su cabeza era un desastre y las disculpas que le había dedicado por culpa de sus sentimientos le provocó un malestar enorme, por ser tan ciego y no darse cuenta de la incomodidad que estaba creando al seguir actuando como si todo fuera normal.

La situación era dolorosa y para no mantener a Javier en esa incertidumbre, Ignacio se puso de rodillas y solo pudo abrazarlo, aferrarse a él con fuerza; aunque su corazón latía a mil por hora, aunque estaba temblando otra vez, no podía dar una respuesta en el momento.

—Javier, perdóname por ser tan idiota y no ver qué es lo que sentías —la voz de Ignacio se quebraba, y se quebró ante la realidad que debía enfrentar—. No quiero estropear nuestra amistad, pero después de esto es imposible y creo que lo sabes.

Javier asintió en silencio.

—Por eso, antes de darte una respuesta te pido que me des tiempo —tomó con ambas manos el rostro de Javier, enrojecido y jadeante por el llanto. Miró a sus ojos enrojecidos y trató de parecer fuerte, aunque estaba por desmoronarse—. No voy a romper contigo, pero necesito aclarar mis pensamientos, mis sentimientos, todo. Ha sido demasiado y como parte de ello es mi culpa, tomaré el castigo que me corresponde: me alejaré de todo, incluso de ti, hasta saber lo que quiero, y nuestra amistad...

—Esto es lo último que yo quería, Ignacio, que nos distanciáramos por culpa de lo que siento. Soy yo quien debería alejarse, no tu —las lágrimas brotaban otra vez mientras acariciaba las manos ajenas que aún tocaban sus mejillas—. No quiero que tu...

La escena fue interrumpida abruptamente: alguien tocaba el timbre. Javier miró a Ignacio con preocupación. No habían dicho la última palabra y la conversación distaba mucho de haber acabado, sin embargo, Ignacio se separó y fue a atender la puerta, dejando al otro chico solo en la habitación, completamente desolado.

—¿Quién es? —intentó que su voz sonara lo más normal posible.

—Katerina, ¿estás ocupado?

—Sí, dame un momento.

Regresó al dormitorio y encontró a Javier vistiéndose.

—Me voy, Ignacio, y perdón por haber ocasionado todo este problema —dijo sin mirarle.

—Es Katerina.

—No me importa quien sea, no estoy de humor para fingir una sonrisa ni mucho menos una conversación sobre trivialidades.

—Como quieras, supongo que ya no almorzaremos juntos hoy. "Ni en los próximos días".

—No, será para otro momento.

Un silencio pesado se instaló entre ellos. Sus ojos no volvieron a cruzar miradas. Era el fin de la complicidad, los abrazos y caricias ingenuas que hasta ese día habían compartido. Abandonó el departamento con un frío "gracias por recibirme" y un vago "hola" dirigido a Katerina, y tanto ella como Ignacio lo vieron alejarse por el pasillo hacia las escaleras. Fue en ese momento cuando la figura estoica de Ignacio se derrumbó frente a los ojos de la chica, que en lugar de ver al orgulloso y malhumorado bartender, ahora tenía delante a un niño perdido que lloraba desconsoladamente, rogando por ayuda, rogando que lo salvaran.

—Ya, ya, tranquilo, sé que las cosas volverán a estar bien —dijo Katerina al chico que se aferraba a ella en medio de un llanto inconsolable, sin saber lo grave de la situación, pensando que solo era una pelea de amigos. Era la primera vez que veía algo así entre ellos.

—No, Katerina, no es así. Soy tan idiota que perdí a mi mejor amigo, y no sé qué hacer porque él... porque él... ya no me ve como amigo y eso me ha dejado... ah, no lo sé.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now