Capítulo XX

63 19 100
                                    

La conversación fue fluida y sincera. Solo con Javier podía hablar abiertamente y de cosas tanto sencillas como complicadas. Era tranquilizador y él le escuchaba, a ratos en silencio, a ratos con un entusiasmo que se contagiaba; le hacía reír y mostrar esa sonrisa que rara vez podían ver los demás, hacía que Javier sintiera que estaba reservada solo para él. Le gustaba ver a ese Ignacio honesto y transparente, que incluso podía ser lindo sin proponérselo.

Pero no les estaba permitido verse con frecuencia, al menos no con la que deseaban. Estaban siempre ocupados, en eventos y fiestas, y las pocas ocasiones en que podían tomar un trago juntos era cuando alguno de los dos estaba libre y visitaba al otro, pero incluso esto era una eventualidad extraordinaria. Solo cuando la necesidad de conversar era impostergable, uno de los dos simplemente aparecía en el momento menos esperado sin representar un verdadero problema, hallando siempre el tiempo para hablar. El mismo Javier había ido a ver a Ignacio tantas veces, y de primera mano vio como esa figura brillante que admiraba podía ser al mismo tiempo un ser insufrible y molesto.

Sabía que era un trabajo que exigía dedicación y podía volverse estresante, sobre todo si eres de la clase de personas que se esfuerzan por lograr la perfección. Esa era una meta que ambos buscaban cada vez que hacían su trabajo, y por eso competían por ser cada vez mejores.

—Así que eso fue lo que ocurrió, lo siento —dijo Javier después de oír los hechos que le narró su amigo—, pero sabes, pienso que si tu actitud fuera más agradable, podrías evitar todos esos malos ratos con tus compañeros.

—No tengo nada qué cambiar, ellos deberían guardarse sus comentarios y tratar conmigo lo que se refiere al trabajo únicamente —repuso Ignacio, bebiendo su trago—. No estoy ahí para hacer amigos.

—No, pero si fueras más inteligente, podrías evitar los comentarios, comentarios que tú tampoco te callas, y no me digas que no porque te conozco, te gusta enojar a los que te molestan o desagradan.

Ignacio bajó la vista con el ceño fruncido, como si fuera un niño que ha sido regañado, y ante esta vista, Javier no pudo menos que soltar una risa.

—Es verdad que lo hago. Simplemente no puedo callarme lo que pienso —dijo Ignacio, encogiéndose de hombros—, sobre todo cuando los demás están equivocados.

—Pero esta vez Cristina no lo estaba, ¿verdad?, porque de lo contrario no habrías venido a mí para desahogarte.

Javier dio en el clavo, como hacía de usual cuando su amigo no era claro o intentaba cubrirse las espaldas culpando a otros.

—¿Por qué?, ¿por qué siempre puedes ver más allá de lo que digo o hago?

—Porque te conozco bien, Ignacio, por eso puedo hacerlo —Javier se recostó sobre sus brazos y miró con atención las reacciones del otro—. No puedo evitarlo.

—¿Qué no puedes evitar? —levantó la vista desde su vaso medio vacío y miró al chico que tenía frente a él.

—Verte, contemplarte. Sería grandioso que pudiéramos pasar más tiempo juntos... "para tenerte a mi lado, quererte y besarte" —pensó esto último cerrando los ojos y con una media sonrisa, contentándose con vanas ilusiones. Ignacio no le veía de esa forma. Sólo él lo veía así, lo deseaba así.

Ante el silencio repentino de su amigo, Ignacio se preguntó qué estaría pensando, pero al no obtener respuesta, se limitó a beber de un sorbo lo que quedaba en su vaso, cosa que no pasó desapercibida para Javier, que en el acto preguntó:

—¿Quieres otro? —levantó el vaso vacío y lo llevó atrás, al lavadero.

—Sí, por favor —respondió, apoyando su cabeza en una mano. Ignacio cerró los ojos en una expresión relajada.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now