Capítulo LXXXI

12 2 6
                                    

Cuando las doncellas acabaron de servir la cena, se retiraron y el anfitrión tomó la palabra, presto a dar la explicación que sus invitados ansiaban escuchar.

—Como todos vosotros sois importantes amigos, a quienes conozco desde hace años, no hay necesidad de preámbulos para contar esta historia —inició con cierta solemnidad—. Aquí presente está Lucas, mi primo, tal y como lo oyen, mi primo por parte de padre, y él fue el primer chico del que me enamoré.

Los presentes se miraron los unos a los otros, con expresiones que iban desde la sorpresa hasta la incomodidad. Erika, Gaspar y Rafael conocían la historia, pero sin el detalle que ahora Tomás les entregaba, pues siempre hablaba de "un inocente amor de juventud" que, con la verdad revelada, entendían que de inocente no tenía nada, al contrario, parecía algo retorcido.

Adolfo sintió como el estómago se le apretaba y su respiración se agitaba. La fotografía que había visto cuando estuvo en el apartamento de Lucas ahora tenía sentido para él, porque el rubio y Tomás se conocían de toda la vida.

—Me cuesta trabajo entender que alguien como tú haya hecho una cosa así —dijo Ivo después de beber un poco de agua. 

El pianista no respondió.

—Y es lógico que hayan roto, ¿no?, vuestros padres jamás permitirían una relación incestuosa —comentó Gaspar con una actitud impasible.

—No te equivocas —respondió Lucas—. Los viejos estaban escandalizados, especialmente Ágata, perdón, la tía Ágata, ¿lo recuerdas, Tomás?

El aludido asintió.

—Mi padre me dio una paliza cuando nos descubrió y, no contento con eso, me expulsó de la casa —continuó diciendo Lucas, ganándose la atención de los chicos—. Por favor, no me miren como si estuviera exagerando, ocurrió tal y como lo oyen.

—¿Y cómo le hiciste para mantenerte?, debiste ser más joven cuando todo ocurrió —intervino otra vez Ivo.

—Trabajando, por supuesto —respondió el rubio—. Mi madre pudo darme algo de dinero, pero era evidente que no podría mantenerme con eso, tuve que esforzarme para sobrevivir allá afuera, pero tampoco quiero que sientan pena por mí, no era un niño en ese momento, tenía diecisiete años cuando esta familia me dio por muerto, bueno, parte de ella.

Lucas le dedicó al pianista una mirada cargada de sentimiento, la que éste correspondió al instante, suavizando su mirada. Gabriel, sentado a su diestra, habría querido reclamar a Tomás como suyo, pero se contuvo pensando que tendría toda la noche para hacerlo.

—Esto ocurrió hace diez años —retomó la palabra Tomás—. Cuando Lucas y yo estábamos en casa de sus padres, mis tíos, después de pasar toda la tarde en la piscina, estando en los baños, nosotros...

—Ahórrate los detalles, ¿sí?, no creo que queramos conocerlos —interrumpió Erika, cubriendo su boca con la servilleta—. Además, estamos comiendo.

—Diré lo que considere necesario, el resto lo dejo a tu imaginación, querida —dijo el de la trenza y, dirigiendo una mirada a los demás, agregó—: Lo mismo va para ustedes.

Los chicos se hundieron en sus asientos, sin ánimos de interrumpir otra vez al anfitrión.

—Como estaba diciendo, estábamos Lucas y yo en los baños haciendo "cosas de adultos", cuando mi tío nos descubrió, nos cogió por el cabello para separarnos y luego nos cayó a golpes a los dos. No importó cuánto lloramos o el daño que nos causó, fue una paliza que recuerdo hasta el día de hoy.

—Pienso que también fue una forma de castigarnos por todas las travesuras que hicimos juntos —añadió Lucas—. La verdad es que no creo que mi padre me haya querido alguna vez.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now