Capítulo XXVI

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Después de colgar la llamada de Cristina, Alejandro volvió a la cama sin demora como si nunca hubiera hablado con la chica. Pasaron unos minutos, luego quince minutos, y luego media hora. Y una hora transcurrió cuando en la lejanía sonó el timbre de la puerta principal; el reloj marcaba las 14:15. Alejandro no se levantó sino hasta cinco minutos después cuando comenzó a timbrar su teléfono.

—¿Hola?

—¡Estamos afuera!, ¡ven a abrir la puerta!, ¿cuánto más vas a tardar? —sonó la voz de Cristina muy impaciente.

—Vale, vale, ahora voy —Alejandro estaba más somnoliento que antes y a duras penas pudo levantarse de la cama. Cruzó el pasillo y llegó hasta la puerta, quitó el seguro y salió al patio, desde donde vio a sus amigos del otro lado del portón—. Disculpen la demora, me dormí otra vez.

—Ya lo veo —dijo Sebastián, señalando el pijama de Alejandro. Francisco solo pudo reír de la impresión. Cristina no dijo palabra, pero cuando su amigo abrió el portón, saltó a abrazarlo.

—Me tenías preocupada, no respondías al timbre y por eso...

—Está bien, Cristina, te dije que no haría ninguna estupidez —dijo el chico, abrazándola y calmado sus ánimos—. Mejor vayamos a preparar el almuerzo, tengo curiosidad por saber lo que compraron.

Los cuatro chicos ingresaron en la casa, y Alejandro dejó a sus amigos en la cocina mientras él iba al baño a asearse un poco. Francisco y Sebastián sacaron los productos de las bolsas y los dejaron sobre el comedor de diario, en tanto que Cristina miraba en el refrigerador lo que podría utilizar para cocinar; pudo ver que la madre de Alejandro había cocinado algo el día anterior para que su hijo comiera: se trataba de un poco de arroz blanco y verduras salteadas. Para que no se desperdiciara, la chica lo dejó fuera para calentarlo y ofrecerlo luego a quien quisiera comerlo. Alejandro regresó a la cocina y vio a los chicos haciendo diferentes cosas: Francisco llenaba una olla con agua y la colocaba sobre la estufa para hervirla, Sebastián picaba verduras sobre una tabla de madera, y Cristina abría unas latas de conserva junto a él.

—¿Qué vamos a comer? —preguntó.

—Prepararé una sopa ligera con verduras como entrada, y unos espaguetis con salsa para el plato de fondo, con más verduras —dijo la chica, señalando los productos—. Ah, y había almuerzo preparado para ti en el refrigerador, ¿vas a comerlo?, ¿o alguno de ustedes lo quiere?

—Puedo comerlo, pero si alguno también quiere, que coma —dijo Alejandro, después de ver el contenido del plato. Pensó que no estaba mal, al final era más de lo mismo: verduras.

—Me parece bien, puedo comer un poco de arroz —dijo Francisco, echando la pasta dentro de la olla, cuya agua comenzaba a hervir.

—Vale, nosotros comeremos el resto. Alejandro, ve sacando los platos y prepara la mesa, esto no tardará demasiado —dijo Cristina, revolviendo el contenido de una sartén donde preparaba la salsa.

En los próximos minutos los cuatro chicos prepararon un simple pero delicioso almuerzo: cuatro tazones humeantes de la sopa salada de Cristina despertaron las risas del grupo y sentaron el ambiente para la conversación que estaban esperando.

—Chicos, gracias por venir hoy —comenzó a decir Alejandro después que terminó la sopa—, pensé que pasaría el día solo y que estaría bien así, solo otra vez, pero los tengo a ustedes, mis ángeles guardianes, siempre pendientes de mí.

—Y así seguirá siendo, hermano —dijo Sebastián con una amplia sonrisa.

—La próxima vez te llevaremos con nosotros a una de las prácticas de tenis, incluso para jugar un partido. Quien sabe y a lo mejor descubrimos que tienes potencial —dijo Francisco, sirviéndose un poco de arroz.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now