Capítulo XXIII

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El amor es una cosa extraña. Ni yo sabría cómo definirlo, mucho menos explicarlo. Es algo desconocido, pero que al mismo tiempo trae consigo una serie de otras emociones: para uno la tristeza, para otro el miedo, para otro la duda y para otro la frustración. Aunque sus historias giren en torno al mismo sentimiento, todavía ninguno entiende completamente lo que es en realidad, y los que sí lo conocen pueden ayudar a entender, aun cuando sean diferentes en su forma, como lo son el amor de amigo o el amor de hermano.

... ... ... ... ...

El teléfono sonó a lo lejos. Alejandro se revolvió en su cama. No sabía qué hora era. Pensó que temprano pues apenas se filtraba la luz a través de las cortinas. El teléfono continuaba timbrando mas no quiso contestar, creyendo que sería su madre intentando que se levantara; tal vez ella había olvidado que ese día se quedaría en casa. Volvió a cubrirse con las mantas e intentó dormirse, pero el teléfono sonó una vez más. Molesto, se levantó y tomó el móvil, viendo que no era su madre sino Cristina.

—¿Hola?, ¿Alejandro?

—Hola, Cristina, ¿cómo estás? —la voz del chico se oía adormilada.

—Bien, ¿y tú?, espera, ¿estabas durmiendo?

—Sí, y aún tengo sueño, ¿qué hora es?

—No te creo que estuvieras durmiendo, son las 13:15 —Cristina estaba sorprendida, no es que ella no durmiera hasta tarde cuando tenía el día libre, pero Alejandro la superaba.

—Oh, es tarde ya.

—¡Claro que lo es!, por eso te estoy llamando, pensé que podríamos almorzar juntos, con Sebastián y Francisco.

—No tengo ganas, la verdad, quiero quedarme en casa hoy. Disculpa —sus palabras adquirieron un tono desanimado.

—Es por lo de ayer, ¿verdad?, ¿ocurrió algo entre tú y Nicolás?

—...

—Lo supuse, ¿quisieras contarme lo que sucedió?

—Ahora no. De verdad, no quiero seguir hablando.

—Alejandro, no me asustes, ¿estás solo en casa?

—No seas tonta, Cristina, no voy a suicidarme ni nada parecido —elevó la voz ante las ocurrencias de su amiga.

—Bueno, lo siento, es solo que me preocupas, no me parece que estás bien —Cristina tenía una facilidad para detectar los cambios de ánimo y esta vez no fue la excepción—. Mira, te propongo lo siguiente: ya que no quieres salir, ¿qué te parece si vamos a verte a la casa y almorzamos contigo?

—Hmm..., creo que mi mamá ha preparado algo para mí, no hace falta que se molesten en venir.

—Aun así, puedo ir y llevar algo para ti. Puedo comprar algunas cosas y cocinar en tu casa. ¿Qué dices? De verdad que no quiero dejarte solo.

—Vale, vale, pero Cristina, te diré algo claramente, aunque somos amigos, no quiero que me preguntes más de lo necesario. Hay cosas que aún no voy a decirte, ¿de acuerdo? Lo mismo va para los chicos. No quiero que la conversación se vuelva un interrogatorio.

—Prometido. Mi única intención es ayudarte, no hacerte sentir incómodo.

—Bien, ¿en cuánto tiempo más vendrás?

—Conversaré primero con Sebastián y les preguntaré si pueden venir. Dependiendo de la respuesta, te volveré a llamar. Como mucho, a las 14:00.

—Espero tu llamada, entonces. Hablamos luego.

—Hablamos luego.

Aunque había logrado convencerlo, Cristina no se quedó tranquila. La voz de su amigo se oía débil y cansada. Sin duda algo había ido mal en la cita del día anterior, y si estaba en ella ayudar a Alejandro, lo haría, aun si eso significaba hablar con Nicolás una vez más.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now