Capítulo X

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Nicolás había regresado temprano a casa, cuestión poco frecuente pues su trabajo de editor lo ataba durante horas en la oficina, sumado el hecho de que a veces ni siquiera almorzaba por terminar a tiempo con sus obligaciones. Cuando llegó, se encontró con que sus padres estaban preparando la mesa para comer, y al verlo, le miraron con sorpresa.

—Hola hijo, que bueno que llegaste temprano, podremos comer juntos —su madre se acercó para abrazarlo y darle un beso en la mejilla—, hoy preparé algo delicioso.

—¿En serio?, me iré a lavar las manos y vuelvo. ¿Cómo estás, papá? —Nicolás, después de saludar a su madre, se acercó hasta su padre y le besó—, ¿te fue bien hoy?

—Sí, hijo, aunque llegué muy cansado, ¿y tú?

—Me fue bien, terminé todo el trabajo antes de lo que había pensado, por eso llegué antes.

—Ya, ve a dejar tus cosas y lávate las manos para que vengas a comer —dijo la madre, regresando a la cocina—. Tú también, querido, voy a servir la comida.

Nicolás subió a su dormitorio, dejó su bolso, se quitó la chaqueta y se encerró en el baño; se mojó el rostro abundantemente y agitando su cabellera negra, se miró al espejo y contempló su semblante: se veía cansado, las ojeras se habían marcado más debido a la falta de sueño, sumado a que no se estaba alimentando bien, muchas cosas pendientes y tan poco tiempo para hacerlas. Necesitaba un cambio. "Vacaciones", pensó, secándose la cara.

La cena transcurrió en medio de breve diálogos, preguntas dirigidas por la madre hacia su hijo y viceversa, acerca del trabajo y las cosas ocurridas durante el día, en tanto que el padre se limitaba a hacer uno que otro comentario. Cuando terminaron de comer y su madre se levantó para recoger el servicio, el hombre le dirigió la palabra.

—Tu madre me ha dicho que piensas viajar. ¿Es cierto?

—Sí, papá.

—¿Cuándo? —continuó en tanto bebía de su copa.

—No todavía, primero tengo que preguntarle si puede recibirme en su casa —dijo, mirando a su padre, luego bajando la vista a su plato sin terminar. Comía despacio, razón por la que siempre quedaba de último.

—Es mejor que la llames antes de ir.

—Lo haré, pero tengo cosas que resolver antes de irme.

—Ah, ¿sí?, bueno, tú sabes lo que tienes que hacer, son tus obligaciones, tus responsabilidades, y en eso no me entrometo, tu madre también lo sabe.

—Lo sé, papá.

La mirada de Nicolás se ensombreció por un momento. Hablaba poco con su padre y los momentos como ese, igualmente escasos, le provocaban cierta nostalgia.

—¿Te sirvo un poco? —le preguntó, señalando la botella de vino de la que él mismo se había servido.

—Bueno —dijo, extendiendo la copa limpia que tenía a un lado del plato—. Gracias.

—Ahora termina de comer —dijo, acabándose su vino y después levantándose—. Disculpa, hijo, iré a ayudar a tu madre.

Antes de irse, su padre le besó la frente y se fue a la cocina, dejando a Nicolás solo en el comedor, acompañado únicamente por el tictac del reloj.

... ... ... ... ...

El cambio de turno se había efectuado sin problemas. Los tres muchachos llegaron con el tiempo suficiente para cambiarse tranquilamente y tomar sus lugares, sin recibir ninguna queja por parte de don Julio, quien ya estaba, con su habitual cortesía, recibiendo a los comensales que llegaban a esas horas de la tarde. Un poco atrasada fue la aparición de Francisco, con paso acelerado, pues pensó por un momento que no llegaría a tiempo. Ignacio era el único que trabajaba a tiempo completo en el restaurant, así que no fue sorpresa verlo tras la barra con su acostumbrada expresión malhumorada.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now