Capítulo XLV

60 11 63
                                    

La lluvia seguía cayendo sobre la ciudad. El cielo estaba pintado de gris y el viento soplaba fuerte contra las ventanas.

Francisco se había levantado al baño, aún adormilado y con frío, sin mencionar que los efectos del alcohol todavía no pasaban. Conocía la casa así que no tardó en ir y regresar al cuarto tras hacer sus cosas y beber agua; apartó un poco las cortinas para mirar fuera y notando que seguía oscuro, fue en busca de su teléfono para consultar la hora, grande fue su sorpresa al ver que eran las 06:45 y, además, tenía un mensaje sin leer. Se trataba de Erika: «Hola Fran, ¿qué tal la fiesta?, discúlpame por lo tarde, ¿quieres almorzar hoy conmigo?, me gustaría verte.» Francisco sonrió y le respondió en el acto: «Hola Erika, todo bien en la fiesta, nos quedamos en la casa de Seba. No hay problema, almuerzo contigo y pasamos el resto del día juntos, ¿te parece?».

Siendo un día libre, el chico tenía intención de dormir cuanto quisiera antes de ir con su novia, así que dejó el teléfono sobre el velador y se metió de nuevo a la cama, en donde su pareja de amigos descansaba plácidamente; se acurrucó y se abrazó a uno de ellos para entrar en calor, sin distinguir quién era. No importaba, después de lo que habían hecho la noche anterior, así como en otras ocasiones, dormir abrazado a Cristina o a Sebastián en la misma cama era un detalle menor.

... ... ... ... ...

Se giró y estiró el brazo en busca de su pareja, pero sólo encontró un vacío en la cama. Javier buscó a tientas sin conseguir resultados. Ignacio no estaba.

Se incorporó bruscamente sobre la cama, agitado, asustado. Había sido un sueño. Se refregó los ojos y volteó a ver a su lado: allí estaba Ignacio, para su tranquilidad y satisfacción, durmiendo con la paz dibujada en su rostro.

—Buenos días —dijo Javier con suavidad, atrayendo al chico hacía sí y rodeándolo con sus brazos. Esa breve visión le había hecho pasar un mal rato, la sola idea de que su ser más querido se fuera de su lado después de apenas haber iniciado le hizo doler el estómago—, no te irás, ¿verdad?

—No, no me iré —respondió en un susurro que sorprendió al otro.

—¿Es... estabas despierto?

—Apenas ahora, cuando me abrazaste...

—Eres cruel.

—Aun así, te gusto.

—Demasiado.

Ignacio se abrazó a Javier con fuerza, transmitiéndole con su calor la calma que ansiaba su corazón. El peliblanco respiró con alivio y miró al chico con los ojos humedecidos.

—¿Por qué estás llorando? —preguntó Ignacio al verle.

—Porque soy feliz.

—Tonto, no me asustes así.

—Lo siento, no pude evitar las lágrimas, creo que aún no asumo que estamos juntos, es como un sueño.

—Como una ilusión.

—Sí...

—Pero no lo es —y le dio un gentil beso, acariciando las mejillas sonrojadas de Javier—. Nos tenemos el uno al otro, eso basta.

—Tienes razón, sí —dijo, y se enjugó las lágrimas que le provocaba la emoción—. Bueno, hoy es un nuevo día y aunque es temprano, dime ¿te apetece desayunar conmigo?

—Mucho.

—¡Qué bien!, vamos entonces —Javier saltó de la cama, pero tras darse un vistazo en el espejo y ver su aspecto desaliñado, cambió de idea—. Sería mejor darnos una ducha primero, ¿no crees?

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now