Capítulo LXXXII

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Aquel día viernes no hicieron nada especial y aunque el abuelo los incentivó a salir, Alejandro y Nicolás optaron por quedarse en casa. Después del almuerzo, la pareja se llevó almohadas y cobijas bajo el naranjo, para permanecer allí toda la tarde escuchando música, leyendo o simplemente descansando.

Cuando los llamaron para tomar el té, la pareja fue con los ancianos, quienes tenían preparada una mesa llena de comida casera. Durante la animada conversación, el pelinegro sugirió la idea de ir los cuatro juntos a la playa al día siguiente.

—Sí, me parece bien y adivinen qué, voy a buscar mi cámara fotográfica, ¿sabías que me dedicaba a la fotografía cuando era joven? —dijo Rómulo, haciendo gestos con las manos.

—No lo sabía, abuelo, ¿para quién trabajabas?, ¿o eras un fotógrafo amateur? —preguntó Alejandro.

—Trabajé un tiempo para un medio de prensa, pero la mayor parte de lo que hice fue como independiente —respondió.

—Ustedes dos podrían servir de modelos, ¿no crees, viejo? —propuso Elena, mirando a los chicos—. Si hace buen clima mañana, podrás hacerles unas bonitas fotografías en la playa.

—O en el naranjo, sé que les gusta mucho ese lugar, ¿eh? —comentó, bebiendo de su taza—. Bueno, tengo que buscar la cámara.

—Sí, hazlo, necesitamos más fotografías, ¿puedes creer que desde que salimos juntos, no tenemos ninguna de nosotros? —dijo Nicolás.

—Al menos hasta el otro día con el móvil —dijo Alejandro entre risas.

—Entonces más razón para que vayas y la busques mañana temprano —dijo Elena, sirviendo más té.

—Puedo buscarla después que terminemos, ¿dónde estará?, ¿tal vez guardada con el resto de mis equipos?

—Con tus cachivaches, querrás decir —dijo Elena, rellenando su taza.

—Gracias, mi amor, iré a buscarla cuando acabemos aquí, ¿por qué esperar a hacerlo mañana? —dijo, volviéndose hacia la pareja—. Aguarden ustedes dos, que la voy a encontrar.

—No lo diga como si no le creyéramos —repuso Nicolás.

—Más te vale, ¿eh?, o sólo haré fotografías de Alejandro.

—De acuerdo, aunque la idea de tener esas fotografías de mi novio es tentadora —dijo el pelinegro.

—No es como que las vaya a hacer para ti, niño atrevido, sino para Alejandro.

—Puede hacer una sesión de nosotros como pareja y un par de sesiones individuales, tendremos todo el día para hacerlas —dijo el peliclaro, divertido con toda la situación.

—Mira que sabio es Alejandro, deberías aprender de él, Nicolás —dijo Rómulo, asintiendo con la cabeza.

El pelinegro se cruzó de brazos como un niño enojado, a lo que el otro chico se acercó para darle un beso en la mejilla. Lo que provocó fue un tierno puchero y un rostro sonrojado.

Terminada la comida, el abuelo se retiró tras ayudar a su esposa a recoger la mesa, a lo que ella después fue a la cocina para hacer los preparativos del día sábado siguiente; por su parte, la pareja regresó a su dormitorio.

—Qué pereza —dijo Nicolás, tendiéndose sobre la cama.

—Lo dice quien se pasó el día completo descansando —dijo Alejandro, sentándose en el borde y quitándose los zapatos—. Deberíamos dormir temprano, porque de seguro mañana el abuelo nos despertará para hacernos esa sesión de fotografías.

—Siempre y cuando encuentre esa famosa cámara. Recuerdo que tenía muchas, pero eso fue cuando era chico, porque en años recientes no se las he visto. Tal vez ya no las conserva.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now