Capítulo XXII

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El reloj dejaba escuchar su sonido constante y perceptible. La sala era pequeña y estaba apenas decorada, donde unos pocos muebles se esparcían alrededor. Javier aguardaba recostado en el sofá mientras que Ignacio estaba en la cocina. Aunque era tarde, el bartender cumplió su promesa y tras llegar al departamento, se puso manos a la obra para preparar el pisco sour que su amigo y él mismo deseaban beber; comprobando que disponía de todo lo necesario, no pasó mucho para que regresara a la sala en donde Javier parecía estar quedándose dormido. Ignacio dejó la bandejita con las dos copas en la mesita al lado del sofá y se sentó junto a él en un intento por averiguar si seguía despierto.

—¿Estás dormido, Javier?

—No. ¿Dónde está mi trago? —respondió el chico, girando la cabeza hacia Ignacio.

—Aquí, espero que te guste, lo hice bastante rápido —tomó ambas copas y entregó una a Javier, que se la recibió gustoso y antes de decir algo más, éste le dio el primer sorbo a la copa.

—Mmm..., delicioso y suficientemente dulce —miró a Ignacio con una expresión de satisfacción—. Gracias por consentirme.

—De nada —respondió con una sonrisa y un leve sonrojo. ¿Por qué ese chico le provocaba esas reacciones?, ¿eran sus halagos o era algo más? Bebió también y se volvió a Javier.

—Cuéntame, ¿de qué quería hablar?, ¿de qué se trata? —preguntó Javier, retomando la conversación que habían intentado sostener en la barra del local.

—Bueno, quería conversar con alguien las cosas que pienso, porque en el restaurant resulta imposible poder hacerlo con alguno de los chicos. Mis opiniones son diferentes e inmediatamente todos me caen encima, diciendo que soy el malo.

—Varias veces te he dicho que en parte es culpa tuya por querer fastidiar al resto, y lo que Cristina te dijo hoy ha sido simplemente la comprobación de ello.

—No tenía por qué decirme eso en primer lugar —Ignacio desvió la mirada y se cruzó de brazos.

—¿Por qué te afecta tanto?, ¿hay algo más personal en este asunto de lo que me estás contando? —Javier puso toda su atención en el chico a su lado. Sentía que, por alguna razón, el tema le afectaba más de lo que quería demostrar—. ¿Te sientes tan solo, Ignacio?

—Pensé que lo estaba. Siempre he sido un tipo solitario y antisocial. Las circunstancias que he vivido me han hecho así —Ignacio adoptó un aire más frío al hablar.

—Lo que pasó con tus padres no fue tu culpa. Tú decidiste seguir adelante y buscar tu camino sin depender de nadie. Eso es digno de admirarse —Javier jamás había ocultado su fascinación por Ignacio y su fuerza de voluntad, cómo se había recuperado después del doloroso divorcio de sus padres, después de perder la familia perfecta que creía tener. Javier había estado presente durante todo el proceso y conoció en carne propia lo que Ignacio estaba experimentando.

—Gracias, gracias por estar aquí conmigo. Sé que no estoy solo porque tu estuviste conmigo en todo momento. Me acompañaste cuando llegué a este departamento y me tranquilizaste cuando pensé que había perdido todo —los ojos de Ignacio se humedecieron y rápidamente se cubrió con la mano para evitar que Javier viera las lágrimas.

—No, no te contengas, si quieres llorar, hazlo —Javier dejó su copa de lado y también quitó la suya a Ignacio, para luego con sus manos tomar las del chico que en vano intentaba reprimir el llanto con su rostro enrojecido—. No te contengas, estoy aquí para ti, y seguiré estando aquí porque... yo...

—¿Por qué? —Ignacio levantó la vista y se encontró con los ojos nublados de Javier. Parecía como si en cualquier momento estallaría también en llanto.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now