Capítulo LXXVIII

47 5 46
                                    

La noche había transcurrido en calma y Lucas despertó, como pocas veces, antes del mediodía completamente recuperado. Ya no sentía el cuerpo pesado ni la cabeza adolorida, por el contrario, parecía que todas sus dolencias se habían curado gracias al visitante del día anterior.

Incorporándose sobre la cama, pudo comprobar lo que sus manos ya habían advertido: Adolfo se había marchado. No supo decir en qué momento lo había hecho, tal vez antes del amanecer o quizá tan pronto como él había caído dormido, y como sea que fuera no sintió ni escuchó al pelinegro irse o siquiera levantarse. Recostándose otra vez, se cubrió con las mantas para disipar el repentino frío que le recorrió el cuerpo, imaginando al menor corriendo como la Cenicienta, escapando para llegar a casa antes de la medianoche, y siendo él el príncipe, habría ido tras la doncella de no haber caído dormido presa de sus encantos. "Y si lo hubiera alcanzado, ¿qué iba a decirle?, que me quiero casar contigo y que, si aceptas, te convertiré en mi rey". Soltó una carcajada ante lo absurdo de la visión y se cubrió los ojos con el antebrazo, al tiempo que una lágrima se deslizaba por su mejilla.

Estaba irremediablemente enamorado de Adolfo.

... ... ... ... ...

Un día, antes del cambio de turno, Francisco y Sebastián estaban tendidos sobre la hierba de un parque cercano, con los zapatos quitados y reposando el almuerzo. La conversación giraba en torno a una idea que llevaban un tiempo considerando.

—Se me ocurre algo para ayudarles —dijo el primero—, ya que los ataques han sido contra todo tipo de personas, parejas inclusive, ¿qué tal si tú y yo intentamos atraer al maníaco?

—¿Nosotros?, ¿cómo?

—Saliendo por las noches, visitando bares y hablando con otros jóvenes, ya sabes, hacer nuestra propia investigación para descubrir al que atacó a los chicos.

—Me parece peligroso, ¿qué pasará si nos atacan?, incluso estando juntos —dijo Sebastián con voz que expresaba duda.

—Lo sé, pero correré ese riesgo, Alejandro y Nicolás son nuestros amigos, no quiero quedarme de brazos cruzados mientras el o los responsables están allá afuera. No hay garantía de que los ataques se detengan y me preocupa que la situación siga sin resolverse cuando regresen de la costa.

—Ni lo menciones —dijo, incorporándose sobre el césped—. Si está en mis manos poder hacer algo por ellos, lo haré. No permitiré que a ninguno de los que quiero les ocurra algo así otra vez.

—Entonces, ¿qué dices?, ¿te animas a ir conmigo?

—Contigo a donde sea, Fran —dijo, acercándose lo suficiente como para que sus frentes se tocaran, haciendo sonreír al otro—. Sí, tu plan podría funcionar. Con suerte podremos descubrir algo acerca del maníaco.

—Conque nos encontremos una sola vez con él será suficiente, le romperemos algo más que la cabeza. Verás como no le quedarán ganas de continuar lastimando a las personas —dijo Francisco, empuñando las manos.

—En eso estoy completamente de acuerdo, haré que ese tipo sufra en carne propia todo el daño que ha causado. Se arrepentirá de haber atacado a mi hermano. Y, ¿cuándo quieres comenzar?

—Hoy mismo si es preciso —respondió decidido, para luego cambiar el tono por una más juguetón—. Dime una cosa primero, ¿vas a cuidar de mí, Seba?

—No necesitas preguntarme eso, siempre lo he hecho y siempre lo haré —respondió, brindándole una sonrisa amplia y brillante. Para Francisco quedó claro por qué Cristina amaba tanto a este chico que casi se sentía celoso de su amiga.

—Yo no dejaré que algo malo te suceda, jamás —dijo, abrazándose a él.

—Lo sé, te conozco lo suficiente como para saber que no faltarás a tu palabra —dijo, permitiendo que el otro lo rodeara con sus brazos completamente—. Tu no pierdes tiempo, ¿verdad?

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now