Capítulo LXII

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La caminata que los cuatro chicos dieron después de comer resultó del todo beneficiosa para la digestión, aliviándoles no solo el estómago sino también la mente, respirando el aire fresco de la noche.

Conforme a lo acordado, Erika se llevó consigo a un muy emocionado Martín que, tras despedirse de su hermano y de Lucas, tomó del brazo a la chica y se marcharon de inmediato a su casa. Por otra parte, el rubio, sin previo aviso, tomó de la mano a Tomás, sin que éste hiciera el menor reparo.

—¿Tanto me echabas en falta? —le dijo por lo bajo.

—Sí... no pensé que tanto... —dijo en un susurro—. Verte otra vez me hace desear estar contigo... como no te imaginas.

—Sí que me lo imagino, siempre he sabido lo que provoco en ti —se paró en frente del rubio y le tomó con fuerza las manos entre las suyas—. ¿Entiendes que será la última vez que estaremos juntos de esta forma?

Lucas asintió.

—Entonces no hay razón para privarnos, haz lo que tengas que hacer.

Sin dudar un instante, el rubio besó al de la trenza, rememorando el sabor no solo de aquellos labios sino de toda su antigua relación, y Tomás, respondiendo con la misma intensidad, se dejó llevar por un deseo que creía olvidado.

Esa noche estaban decididos a revivir sus mejores momentos, incluso si era la última vez que lo hacían.

... ... ... ... ...

Francisco llegó caminando hasta la casa de su novia, en donde fue recibido por el padre.

—¡Qué gusto verte, muchacho! —exclamó el hombre que, tras saludarle felizmente, le dejó entrar—. Llegas en buen momento, Erika ya regresó y está en la sala con un invitado especial.

—¿Invitado... especial? —preguntó con extrañeza mientras se quitaba la chaqueta.

—Sí, uno de esos chicos que asisten a todos los eventos que ella organiza, algo así como un fan, ¿puedes creerlo?, mi hija tiene fans —explicó el padre, sin ocultar la sorpresa que también le provocaba tal situación.

—Ya veo, y sí, puede resultar extraño que una chica como Erika pueda atraer a otras personas, pero supongo que incluso ella es capaz de despertar el interés de otros gracias a las actividades que realiza —reflexionó Francisco.

—Y que lo digas, bueno, no te distraigo más, ve con ella —dijo el hombre, alejándose en dirección a la cocina.

El chico se presentó en la sala, donde pudo ver a Erika sentada en el sofá frente a una enorme pila de libros, y sentado en el suelo alfombrado, un muchacho pelirrojo de menor edad que ellos y aspecto delicado, que hojeaba entusiasmado un tomo voluminoso.

—Buenas noches —saludó, atrayéndose las miradas.

—¡Fran! ¡Qué bueno que viniste! —dijo ella, levantándose para ir a besar a su novio, pero al verle el rostro, no pudo pasarle inadvertido que algo ocurría con él—. ¿Cómo estás?, pareces desanimado.

—Estoy bien, descuida, es solo el cansancio, vine caminando desde la casa de Cristina y no pensé que tardaría tanto —dijo, intentando tranquilizarla—. ¿Cómo estás tú?, ¿cómo resultó el evento?

—Fue todo un éxito, tuvimos una gran concurrencia, fue increíble, y los asistentes, hubieras visto la cantidad de interesados en participar de las lecturas.

Francisco sonrió al ver como Erika se complacía describiendo las mil y una maravillas de lo vivido aquella tarde, y mientras ella continuaba hablando, no pudo evitar fijar su atención en el chico, que permanecía en la misma postura, aunque un extraño brillo en sus ojos parecía tener la fuerza suficiente para fulminar lo que fuera que se le pusiese por delante.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now