Capítulo LXXIV

32 7 43
                                    

Como derrotado, Lucas permaneció sentado en el césped, sosteniendo la taza a medio beber, ante la mirada expectante de su anfitriona.

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó Erika.

—Sí, gracias.

—¿Qué vas a hacer a partir de ahora?

—¿A qué te refieres?

—A lo de Adolfo, ¿han hablado de lo que está pasando entre ustedes?

—Solamente nos confesamos, si es lo que quieres saber.

—¿Ya lo hicieron? —preguntó Martín muy interesado.

—Sí, decir que nos gustamos, es una confesión, ¿no?

—Lo es, buena forma de comenzar, ahora necesitan pasar tiempo juntos, salir a comer, a pasear, ver una película, en fin, comportarse como si fueran una pareja, porque me supongo que es eso lo que quieres, tener una relación seria con Adolfo.

—Eso creo, sí, pero no sé si es lo que él quiere. Hasta ahora todo ha sido un juego entre nosotros.

—Pero en medio de ese juego, ha surgido algo real, ¿por qué molestarte en venir hasta aquí si no fuera así? —concluyó el pelirrojo. Lucas le dedicó otra mirada molesta—. Sí que tengo razón, entonces.

—Como sea, no puedo seguir así, antes habría podido hacer cualquier cosa para olvidarlo, con cualquier persona habría sido suficiente, solo otro momento pasajero. Pero Adolfo logró algo que creí imposible, desde que nos conocimos me atrajo su carácter, su atrevimiento, la forma en que se expresa y desenvuelve, nunca se mostró sumiso como cabría esperar, ¡mierda!, incluso ahora sigo pensando en él, ¿por qué?, nunca me había sentido así, con cada día que pasa crece mi desesperación, ¿ves esto? —dijo, extendiendo las manos y mostrando sus uñas—, me las pinté porque Adolfo también lo hace y le quedan de maravilla, sensuales, el muy cabrón.

Erika soltó una carcajada ante el comentario.

—En fin, ¿qué más quieres que te diga?, después de todo sí necesitaba desahogarme, incluso alguien como yo es incapaz de soportar tanto peso sobre los hombros.

—El peso de los cielos sobre ti, como Atlas —comentó Martín.

—Como Atlas. Bueno, pensaré en lo que me han dicho.

—No solamente pensar, debes hablar con Adolfo, si él ya sabe de ti y si lo que sienten es recíproco, no dudes más y da el paso, ¿o vas a esperar a que uno se aburra del otro antes de concretar nada?

—No es lo que quiero, pero tampoco sé lo que él quiere. Me siento como en un limbo.

—Por eso es que tienes que hablar con él.

—Intentaré hacerlo y seguir los consejos de mi maestra, porque lo eres, ¿sabías?, hoy me lo has demostrado, y gracias por el té.

—De nada, y recuerda utilizar la puerta principal la próxima vez que vengas aquí —dijo Erika.

—Entendido.

—Pero no te vayas todavía, mi hermano quiere hablar contigo.

—¿Conmigo?

—Sí, debió buscarte en tu casa.

—¿Y de qué quiere hablar conmigo?

—Aunque lo sé, no es apropiado que yo lo diga, en cualquier caso, Tomás vendrá pronto a recogerme, puedes esperar por él y que te lo diga personalmente.

—Supongo que sí, a cambio, ¿podrías servirme más té?

—Claro, y habrá que preparar otro tanto si sigues bebiendo.

La mirada del extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora