Capítulo LXIII

41 6 59
                                    

ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escenas explícitas. Se recomienda discreción.


La mañana helaba y su respiración se condensaba frente a sus ojos. Se sorprendía a sí mismo por lo fácil que había sido convencido de salir a trotar con Katerina a esas horas, pues ni para ir al trabajo se levantaba tan temprano; incluso para su padre, don Eduardo, resultaba extraño ver a su hijo levantado antes que él.

—¿A dónde vas a esta hora? —preguntó el hombre.

—Saldré a trotar con una chica que estoy conociendo —respondió.

—¿Y eso?, debe gustarte mucho como para sacarte de la cama y con este frío —dijo, asomándose por la ventana—. Ten cuidado cuando te vayas, nada de andar distraído por ahí.

—Sí, papá.

Esa fue la conversación con su padre antes de irse. Ahora aguardaba la llegada de Katerina en el sitio donde comenzaba una amplia avenida con un bandejón central, que los deportistas solían utilizar para sus actividades físicas, incluyendo máquinas de ejercicios y vías exclusivas para correr o trotar. Miró su reloj y este marcaba las 07:00, hora indicada para la cita; la verdad es que había llegado diez minutos antes, pues no quería causar una mala impresión a Katerina llegando tarde, y ella tampoco lo hizo: puntualmente apareció trotando, vestida con ropa deportiva, sin nada de maquillaje y sonrojada producto de las bajas temperaturas.

—¡Sí viniste!, ¡qué bien!, ¡ya no saldré más sola! —dijo, sin dejar de moverse—, porque seguirás acompañándome, ¿cierto?, no me sirve que vengas solo una vez.

Ariel asintió repetidamente.

—Si vas a acompañarme, serán todas las mañanas a partir de hoy, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo, sintiéndose apenado frente a la actitud firme y resulta de Katerina que, con las manos en la cintura, le miraba tan decidida y con ese aire independiente que la caracterizaba. "Supongo que ayudará a mejorar mi estado físico".

—¿Empezamos ya?, bueno, tú en realidad, yo solo voy a continuar mi rutina habitual.

Ariel volvió a asentir y siguió a la chica, que ya iba adelante con un trote suave; afortunadamente para él, descubriría que no era tan malo salir temprano a hacer ejercicio, sobre todo en compañía de una mujer tan atrayente.

... ... ... ... ...

Javier se despertó al notar que estaba solo en la cama. Parecía que Ignacio estaba en la cocina, de donde provenían un olor a pan tostado y un ruido de platos.

Estiró sus brazos y piernas aún adormilado, bostezó y tras sacudir la alborotada cabellera, se quedó unos minutos sentado en medio de las sábanas, solo para dejarse caer otra vez sobre la cama y extendiendo el brazo, tomó la almohada usada por su novio; abrazándose a ella, aspiró su aroma y sonrió de una forma infantil, como si con ello recobrara las fuerzas. Levantándose al fin, se fue a buscar a Ignacio, no sin antes entrar al baño para lavarse la cara y las manos, para luego asomarse a la cocina y ver al bartender haciendo los preparativos para el desayuno, con la atención puesta en el tostador y la tetera que habían sobre la estufa. Se acercó silenciosamente hasta sorprenderlo, abrazándolo por la espalda, a lo que Ignacio se dejó hacer, sintiendo como las manos del peliblanco le acariciaban el pecho.

—Buenos días —le saludó con un beso, que Javier no dudó en responder.

—Buenos días, hermoso, ¿cómo amaneciste hoy?, ¿cómo te sientes? —preguntó, sin dejar de besarle el cuello. Ignacio sonrió encantado.

—Bien, ya me siento mucho mejor, tanto que me desperté antes de lo usual, ¿y tú?, ¿cómo dormiste...? —no hubo necesidad de que respondiera, pues el chico le calló la boca con un nuevo beso, dulce y empalagoso, deteniéndose solo para verle directo a sus ojos grises—. Me queda claro que dormiste muy bien, ¿verdad?

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now