Capítulo XVIII

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Tras recorrer un poco más, pudieron hacerse una idea más acabada del lugar en el que estaban. Se trataba de un pequeño jardín —o eso parecía—, ubicado dentro del mismo recinto del Jardín Botánico, que por alguna razón permanecía hacía tiempo cerrado al público; una placa sucia y deslucida enseñaba un mensaje: «CERRADO POR MANTENIMIENTO». Los alrededores estaban descuidados, los arbustos no estaban podados como tampoco lo estaba la hierba, que crecía abundantemente en los senderos y en los sitios donde no se supone que estuviera. Al centro del jardín había una glorieta de madera ricamente trabajada, pero cuyo aspecto abandonado apenas si dejaba ver algo de la pintura roja y desgastada que la cubría; estaba situada la glorieta sobre una base de piedra por encima del nivel del suelo, y entorno a ella había una serie de círculos concéntricos, también de piedra, entre los que brotaban enormes rosales que se esparcían por los terrenos. Hacia uno de los extremos del jardín se podía observar una laguna de aspecto sucio que se extendía hasta donde la vista alcanzaba.

Alejandro y Nicolás dieron algunas vueltas antes de acercarse a la glorieta, subir las escaleras y sentarse en uno de los polvorientos bancos que allí había. Lo hicieron en silencio, sin mirarse, y conservando cierta distancia al ocupar sus lugares; pese a la tensión creciente y al hecho de que debían terminar la conversación que empezaran en el local, ninguno sabía cómo retomarla. Lo único que estaba claro es que debían terminarla y que ese era el momento, de lo contrario se irían cada uno por su lado y ya no habría oportunidad de resolver nada.

Nicolás miró de reojo a Alejandro, pero no pronunció palabra, limitándose a continuar viéndose las manos, cada vez más frías.

—¿Vas a hablar o quieres que lo haga yo? —habló de pronto Alejandro, llamando la atención del otro—, ¿y bien?

—De acuerdo, seré directo —tomó aire y soltó la pregunta—: ¿has pensado en algo de lo que te dije?

—Sí..., algo he pensado —respondió sin mirarle.

—¿Y qué has pensado?

—Pienso que no tienes claridad en lo que quieres. Estás confundido.

—¿Confundido? —Nicolás se volvió con sorpresa. No se esperaba una respuesta así—, ¿cómo puedes pensar eso?

—Tus palabras me hacen pensar eso.

—¿Mis palabras?, pero si fui lo suficientemente claro contigo —su voz se alteró pues comenzaba a creer que Alejandro se estaba burlando—. Te dije que me gustas, ¿no es suficiente?

—Lo siento, pero no es suficiente para mí —Alejandro se levantó de la banca y caminó hacia la barandilla de la glorieta—. No creo que entiendas lo que me estás diciendo.

—Claro que lo entiendo, muy claramente, ¿pero tú?, ¿qué hay de aquello que me dijiste?, ¿ya lo olvidaste?

—No, no lo he olvidado. Es verdad que me atraes, pero también me da miedo, te lo dije —Alejandro con la vista puesta en la laguna, como abstraído—. Sigo sin saber lo que quieres de mí, ¿puedes responder a eso, lo que quieres de mí?

—Las palabras que he dicho deberían bastarte como respuesta —el pecho de Nicolás comenzaba a sentirse pesado, cada vez que Alejandro le cuestionaba, provocaba un escalofrío en su cuerpo y que sintiera náuseas. Los nervios lo estaban superando y no sabía cómo iba a reaccionar si Alejandro seguía en esa actitud.

Alejandro, por su parte, no estaba jugando con el otro chico para nada. Estaba haciendo todas las preguntas que venían a su cabeza y las cosas que él creía estaban en la mente del otro. Pero se equivocaba. Alejandro solo estaba ocultando lo que en el fondo quería para anteponer la decisión que había tomado; no quería precipitarse en algo más complejo, no sin antes callar las voces que le invadían.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now