Capítulo LV

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Un día en particular, hubo un enorme intercambio de mensajes.

Muchas veces esconden sus propias historias.

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«Hola Erika, ¿cómo estás?, ¿estás libre hoy?, me gustaría que almorzáramos y después diéramos un paseo. Avísame si te interesa. Cristina.»

«Hola Cristina, qué sorpresa que me escribieras. ¿Estás cobrándote lo del otro día? Y sí, me gustaría que fuéramos a almorzar. Dime a qué hora y en dónde nos vemos. Erika.»

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«¡Fran!, Cristina no está hoy, ¿podría ir a tu casa?, me estoy aburriendo mucho aquí.»

«¡Hola Seba!, ¡sí!, ¡ven por la tarde! Te espero.»

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«Hola Ariel. Disculpa la demora en responder, casi me olvido de tu mensaje. ¿Cuándo quieres que nos veamos?, avísame en cuanto puedas. Saludos.»

«¡Qué alegría recibir tu mensaje!, ¿podrías hoy?, espero no sea un problema.»

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«Disculpa, Javier. No podré ir a cenar. No me siento bien y quiero quedarme en el departamento, ¿está bien?»

«¿Cómo así?, ¿quieres que vaya a verte?, ya estoy preocupado.»

«No te preocupes, es solo que quiero quedarme en el departamento y estar solo. Tú entiendes. Iré a verte cuando pueda. Te quiero.»

«Yo también te quiero. Descansa.»

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«Nicolás, ¿te importaría venir a mi casa hoy?, quiero verte.»

«Hola Alejandro, sí, iré en cuanto acabe con mi trabajo, ¿quieres que lleve algo de comer?»

«No, no hace falta. Gracias.»

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«Te enviaré la dirección más tarde. Gracias por tu ayuda.»

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Cerca de la estación de trenes, Cristina aguardaba ansiosa la llegada de Erika. Era la primera vez que salía con ella y, en cierto modo, la idea de acercarse y pasar más tiempo con ella la hacía feliz, después de todo, eran las únicas chicas del grupo y sus respectivos novios eran los mejores amigos; de una u otra forma continuarían frecuentándose, así que lo mejor que podían hacer ellas era estar en buenos términos, al menos si no conseguían llevarse tan bien como Sebastián y Francisco.

Una corriente de aire llegó hasta ella y la hizo estremecer. El día estaba nublado y el sol no calentaba en lo absoluto, pero por fortuna Cristina había salido de casa muy abrigada: llevaba una bufanda y gorro de lana, y un par de botas altas que le protegían los pies de la humedad y el frío.

Cuando el reloj marcaba las dos de la tarde, Erika apareció, no por la estación, sino bajando de un taxi. Vestía un amplio poncho de color negro con un sombrero a juego, en una mano llevaba una discreta cartera y en la otra una sombrilla.

—Siento el retraso —dijo tras saludar a Cristina, que la recibió efusivamente con un abrazo.

—Para nada, llegaste a la hora, muy puntual de hecho, ¿vamos?

—Sí, ¿llegaste en el tren?

—Así es, llevaba un rato aquí esperando, pero descuida, llegué antes para evitar atrasarme.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now