Capítulo LIV

39 9 60
                                    

Con cada rechazo, su orgullo se sentía más y más herido, y con ello las ganas que tenía de poseer a Adolfo aumentaban, siguiéndolo cada vez que tenía ocasión, alimentado por el juego del pelinegro, que era de lo más extraño. ¿Por qué le divertía tanto que le siguiera?, si tanto le desagradaba, ¿por qué lo hacía? Esa provocación le excitaba y sus sentidos se concentraban sólo en él.

"Si es un juego, Adolfo, se trata de uno muy peligroso".

Aunque le resultó divertido seguir a Adolfo un par de veces más, Lucas no tenía la intención de continuar con la misma dinámica indefinidamente y su ansiedad por no conseguir nada con el pelinegro, le obligó a descargar su molestia y frustración en una sucesión de ataques, noches que se volvieron pesadillas para aquellos que tuvieron la desgracia de encontrarse con el "maniaco encapuchado", nombre con el que fue nombrado tras hacerse conocido.

Un vagabundo fue el primero de ellos, solo porque quería una víctima fácil, que en efecto lo fue, el viejo apenas si opuso resistencia y acabó tirado junto a una pila de basura. Le siguió una pareja, o eso aparentaba, pues se trataba de una prostituta y su cliente, a los que agredió violentamente, pero el tipo, intentando defenderse, acabó peor que su compañera, y Lucas vio con agrado como apenas el hombre podía arrastrarse hasta su vehículo para escapar, la mujer no se movía. La última noche, en un arrebato de ira, atacó a una verdadera pareja, un par de incautos que salían abrazados desde un local y, a simple vista, se notaba lo bebidos que estaban; no era tan tarde como otras veces y la adrenalina de cometer sus actos en un momento en el que arriesgaba ser visto, pudo más que la falsa moderación que había intentado mantener. Simplemente, los hizo pedazos.

La satisfacción que experimentaba después de cometer tales crímenes era indescriptible, se sentía con la capacidad de doblegar a cualquiera que le contrariara, incluso a Adolfo, y en la fantasía de someterlo a su voluntad, llegó incluso a masturbarse pensando en el pelinegro desnudo sobre su cama, pero luego recordaba su expresión altanera y actitud arrogante, y todo su placer se esfumaba. Si Adolfo no era la recompensa al final del camino, parecía que todo lo que hacía era en vano.

Un día, después de salir a recorrer la ciudad, regresando a casa y arrojándose sobre la cama desordenada para dormir durante horas, no pudo evitar pensar en los rumores que se estaban esparciendo por los barrios, en los comentarios que podían oírse en las reuniones sociales: que había un sicópata rondando y que podía volver a atacar en cualquier momento. "Mierda, se me ha pasado un poco la mano". Si no se detenía, al menos un tiempo, en la comisión de sus ataques, estaría en graves problemas.

... ... ... ... ...

«Hola. ¿Te acuerdas de mí? Necesito ayuda. Llámame. Gracias.»

Era casi las 05:00 de la mañana cuando Erika se despertó a causa del mensaje que recibió. Adormilada como estaba, tomó su teléfono y leyó el texto, pero al no reconocer el número, le restó importancia y apagó el aparato. Tan fácil como se despertó, así mismo se durmió.

... ... ... ... ...

El frío del invierno no redujo del todo la actividad en el local y los chicos seguían cumpliendo sus turnos con responsabilidad. La oferta de platos calientes aumentó gracias a las sugerencias de Ariel para atraer a más comensales y variar un poco el menú de la casa.

A eso de las seis de la tarde, hora en la que comenzaban a llegar los clientes, comenzó el verdadero ajetreo, pues todos buscaban disfrutar de reuniones fuera de la oficina, beber algo en el bar, o comer algo en la terraza temperada, relajándose tras una pesada jornada laboral.

Los tragos salían uno tras otro desde la barra, y los camareros iban y venían con sus bandejas cargando los servicios ordenados para cada una de las mesas, dando lo mejor de sí en la atención que prestaban; en medio de todo el trabajo, Cristina, que esperaba para retirar unas cervezas, se detuvo a observar las personas que llegaban y notando un par de rostros conocidos, habló a Ignacio.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now