Capítulo XXVII

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Los días se habían vuelto semanas, semanas largas y tediosas, aunque monótonas, en la esperanza de que tener sus mentes ocupadas los distraería de saber el uno del otro.

Alejandro supo llevar el tiempo, alternando entre su trabajo en el local con las invitaciones de Francisco y Sebastián, asistiendo regularmente a las prácticas de tenis; el chico consiguió una raqueta y ropa adecuada para jugar con sus amigos, transformando sus días libres en gratos momentos que luego continuaban en compañía de Cristina, ya sea compartiendo un almuerzo o saliendo de paseo por las galerías de la ciudad. Por otro lado, Nicolás había evitado presentarse en el restaurant a fin de no tener contacto con el otro muchacho, sin embargo, ahora se le estaba presentando un problema y era la falta de una persona con quien conversar acerca de la situación; incluso la relación con su hermano se había vuelto tensa, de manera que tampoco podía hablar con él.

Fuera cual fuera la razón, los astros no se alinearon y durante esas semanas ni Alejandro ni Nicolás se vieron una sola vez, no en el local, no en el tren, no en los alrededores, y aunque la tentación de llamarse por teléfono o escribirse mensajes surgía de tanto en tanto, ambos supieron resistir. Se habían aislado a tal punto que cada uno parecía estar encerrado en una habitación, ubicadas en los extremos opuestos de un pasillo.

Cierto día, Nicolás se presentó en el local sin previo aviso, causando que las miradas de los chicos cayeran inmediatamente sobre él, especialmente la de Cristina.

—No sé qué pretendes al seguir viniendo aquí, Nicolás, ya causaste bastantes problemas —le dijo, increpándolo.

Nicolás ignoró estas palabras y fue a sentarse a la barra, no sin antes ver como Cristina era detenida por Sebastián, que la apartó con tal de que su enojo no aumentara más. Francisco llegó junto a sus amigos y se quedaron viendo seriamente al pelinegro, cuya presencia no pasó desapercibida, pero se alejaron en cuanto Ignacio apareció para atender al recién llegado.

—Hace mucho que no te veía por aquí, ¿qué vas a beber? —dijo el bartender, hablando con su tono de voz habitual, aunque Nicolás logró percibir algo diferente.

—Las cosas no han estado bien y antes de que digas algo más, deberías saber que no vine a buscar a Alejandro, así que ni te molestes en mencionarlo.

Ignacio le miró con curiosidad al escuchar esto último, considerando que Alejandro no había asistido ese día. Desconocía la razón.

—Entonces, ¿para qué viniste?

—Vine por un trago y un poco de conversación, contigo de ser posible.

—¿Hablar conmigo? Qué extraño. Dime, ¿por qué tendría que hacerlo? —preguntó, apoyándose sobre la barra mientras le miraba con mayor detenimiento. La actitud de Nicolás lo desconcertaba.

—Por alguna razón, siento que tenemos cosas en común y si conversamos un poco más, pienso que podremos conectar —respondió Nicolás con una sonrisa de medio lado, acomodando su cabello oscuro por detrás de la oreja.

—¿Estás tan solo que necesitas venir aquí para hablar con un desconocido?, ¿tanto necesitas desahogarte? —dijo Ignacio, devolviéndole el gesto con ironía.

—¿Y qué me dices de ti? No creo que tengas muchos amigos con los que hablar, ¿o me equivoco?

Las palabras de Nicolás resonaron en la cabeza del bartender de la misma manera en que lo hicieron las que Cristina le dijera anteriormente.

—¿Qué pasó?, ¿acerté?

Ignacio guardó silencio, su boca se había secado y le frustraba reconocer que el pelinegro había dado en el clavo. "¿Por qué ustedes, desconocidos, pueden leerme tan fácilmente?, y yo, tan ciego frente a los sentimientos de un amigo que siempre ha estado conmigo", pensó, apretando los labios y empuñando las manos. Volvió a mirar a Nicolás que, impávido, aguardaba una respuesta.

La mirada del extrañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora