Capítulo LXXV

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Después de la conversación en el patio y antes de marcharse, Erika le dio su número a Adolfo. Éste no esperaba volver a hablar con ella, sin embargo, en menos de una semana, se atrevió a llamarla; de esa plática surgió la inesperada invitación de la chica para que le visitara en su casa.

El día fijado coincidió, sin que lo supiera, con la visita que hicieron los amigos de «la Dama Azul» a su hermano Nicolás. Asistió, pues, sin saber qué esperar del encuentro o de su misteriosa anfitriona.

—Tienes una biblioteca muy nutrida, ya entiendo por qué a Martín le gusta tanto venir aquí —dijo Adolfo, recorriendo las estanterías.

—A colarse, querrás decir —aclaró Erika, viendo por la ventana—, no deja pasar la oportunidad de venir cada vez que está en la ciudad.

—¿Y su hermano?

—Tomás casi nunca sale de su casa, a menos que se trate de alguna de sus presentaciones, porque de vez en cuando toca en el teatro, ¿lo has escuchado?, es realmente talentoso.

—Sí, en el café literario. ¿Ya lo olvidaste?

—Ah, sí, qué memoria la mía.

—Para ser tan joven, Tomás debe practicar mucho, o haber sido un prodigio desde pequeño.

—Yo diría lo primero y agregaría que no lo hace por deseo propio.

—¿Qué quieres decir con eso?

—El padre de Tomás y Martín es un hombre muy severo. Les dio una educación estricta y en el caso de Tomás, cuando resultó claro que tenía algún talento para la música, su padre dedicó todos sus esfuerzos para potenciarlo.

—Ya veo, su talento no es innato sino el resultado de una práctica prolongada, y por como lo dices, asumo que él no siente ningún deseo de hacerlo. ¿Se lleva mal con su padre?

—Algo así, no conozco los detalles, es un tema del que no le gusta hablar y lo entiendo, no creo que exista alguien que vaya por la vida diciendo que se lleva mal con su padre o madre —dijo Erika, reflexionando sobre el punto. La verdad es que sabía algo más, que a Tomás le gustaba fastidiar a su padre, no darle en el gusto, pero no consideró que Adolfo fuera lo suficientemente cercano como para confiarle esa infidencia—. Como sea, sin ser un prodigio, Tomás es muy bueno en lo que hace. Si fuera posible, se habría ido de casa hace tiempo.

—¿Es que no puede hacerlo?

—No lo sé. Nunca ha querido decirme la razón, aunque creo que le preocupa dejar solo a Martín, son muy unidos esos dos.

—¿Crees que haya otra razón?

—Sí, pero sería especulación de mi parte, prefiero no hacerlo —dijo, mintiendo otra vez. La razón no era otra que su padre, sin embargo, no conocía las motivaciones de aquel hombre para mantener encerrado a su primogénito. "Ni que fuera un príncipe, que no puede relacionarse con los plebeyos".

—Y, ¿a qué se dedica Martín?

—Estudia algo relacionado con ciencias, muy diferente de lo que cabría esperar, le gusta la literatura clásica y es de lo que hablamos cuando viene aquí, es un verdadero deleite para él acceder a mi biblioteca. Nunca habla de lo que estudia.

—Su situación, ¿será la misma que la de Tomás?, que su padre le exige hacer algo que se ajuste mejor a sus expectativas.

—Es probable. Ninguno de los dos habla de su familia, deben tener una buena razón para hacerlo. En fin, olvidemos este asunto, ven conmigo, mi madre sirvió helado para nosotros en la terraza —dijo, respondiendo con señas a la mujer a través de la ventana.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now