Capítulo LVII

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Pese a lo intranquilo que se sentía, Javier hizo caso y respetó la decisión de Ignacio. A pesar de que en ocasiones anteriores estuvo al lado de su novio cuando venían las crisis emocionales, hubo otras en las que no estuvo presente, prefiriendo Ignacio la soledad y el aislamiento; pese a ello, el bartender siempre dio señales de vida tras superar el mal rato. Ese pensamiento le dio ánimos para resistir el resto del día hasta el anochecer, sin sucumbir al deseo de llamarle por teléfono o, incluso, de ir personalmente a su departamento.

Permanecer así, solitario en su residencia, con el olor del incienso inundando todos sus espacios, escuchando música a volumen bajo, hacían sentir a Javier un enorme vacío, uno que solo podía ser llenado por Ignacio. Tumbado como estaba sobre la cama, miraba al techo sin un punto fijo, el frío le obligó a cubrirse con las frazadas y, antes de darse cuenta, ya se había dormido, algo más relajado a causa de la música, cuya melodía continuó oyéndose hasta que el disco acabó de tocar, y el aroma a canela aún flotaba en el aire.

Fue un dormir breve, en el que no hubo sueños ni pesadillas, aunque, para cuando se despertó, en parte por el sonido intenso de la lluvia, sintió otra vez la añoranza de tener a Ignacio consigo. Extendió la mano a través de las sabanas, extrañando su calidez especial.

"Que tengas buenas noches, Ignacio".

Su estómago emitió un gruñido que delataba el hambre que sentía en aquel momento, sin embargo, tan somnoliento como estaba, se levantó solo para verificar que todo estuviera en orden, cerradas las puertas y ventanas, y que el gas de la cocina estuviera apagado lo mismo que el incienso. Antes de regresar a su cuarto, fue y puso a tocar el disco su misma música suave, para luego acomodarse en la cama y arropándose para dormir.

"Buenas noches, Ignacio".

... ... ... ... ...

Nada ni nadie perturbó el descanso de los chicos, no después de la intensa actividad de la noche anterior que tan agotados los había dejado, tanto que ni siquiera la luz del amanecer fue capaz de despertarlos. Ni aun cuando el mediodía estaba muy avanzado, la pareja dio muestras de querer salir de entre las sábanas. Alejandro se despertó rodeado por los brazos de Nicolás, quien dormía plácidamente aferrado a él, igual que en ocasiones anteriores, deleitándole con la visión tan tranquila que le ofrecía; no quiso ni acariciarlo por temor a despertarlo y como todavía sintiera pereza, Alejandro solo se acurrucó junto al durmiente Nicolás para hacerle compañía en sus sueños, lográndolo satisfactoriamente, compartiendo así un par de horas más de plácido descanso.

Ni Olivia ni Felipe quisieron molestar a los chicos y simplemente los dejaron dormir hasta tarde, pero no cuando hubo llegada la hora del almuerzo. Viendo que no había señales de vida desde el interior del dormitorio, Olivia subió las escaleras y fue a llamar a la puerta del cuarto de su hijo, sin embargo, como no obtenía respuesta, reiteró el llamado hasta que, al fin, respondió una voz que parecía de ultratumba.

—¿Eh...?, ¿qué pasa...?, ¿qué es...?

—Ya estará listo el almuerzo, lávense la cara y las manos, y luego bajen —ordenó la mujer.

—Sí..., ¡sí, mamá! —respondió Alejandro, aunque su respuesta fue más bien automática, porque apenas Olivia se retiró, ambos permanecieron todavía medio dormidos.

—Mmm..., no quiero levantarme... —reclamó Nicolás, estirando un poco los brazos.

—Tampoco yo, pero... no quiero que mi papá venga a sacarnos de la cama, y te juro que no es amable cuando lo hace —dijo Alejandro con resignación.

—Tendremos que ducharnos primero, ¿no querrás bajar a comer así?, estamos hechos un desastre.

—Sí, y habrá que hacerlo rápido, pero mira todo esto, qué horrible.

La mirada del extrañoWhere stories live. Discover now