Capítulo 55: El cuento de nunca acabar

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"Quisiera sacarte de mis pensamientos.

Quisiera cambiarle el final al cuento"

Amaba los domingos, los domingos la gente no realizaba sonidos molestos, no hablaban, no salían, no molestaban. La gente solo dormía y recargaba sus baterías para la nueva semana. En los domingos el tiempo parecía detenerse. Incluso los estúpidos pájaros de los vecinos dormían.

Y en los domingos, usualmente, Ángel y yo teníamos tiempo para estar juntos, mi novio no tenía que entrenar y yo tampoco tenía nada que hacer, lo cual no era nuevo porque generalmente tampoco tenía nada mejor que hacer. En otra ocasión, yo estaría simplemente haciendo nada con Alonso pero estaba ignorándolo, haciendo excusas para no verlo hasta el sábado. En una semana. Mientras tanto me ocuparía de estudiar con mi novio.

—Hola, gordo —contesté su llamada.

—¿Estás en tu casa?

—Emh, sí. —¿Qué pregunta era esa? Como si no se acordara que habíamos quedado en estudiar matemáticas aquí.

—Estaré ahí en diez. —y colgó. Ni siquiera había dicho hola o adiós.

Doce minutos después él estaba parado en la sala de mi casa.

—Llegas dos minutos tar...

—¿Qué está mal contigo?

Me callé y miré hacia los lados sin entender su actitud —Era broma, no estaba en realidad contando los minutos, solo vi la hora a la que me llam...

—No te hagas la tonta, Benatia. —Ángel estaba molesto y sus ojos me miraban con incredulidad.

Oh mierda. Ángel sabía todo.

—¿Q... qué? —De alguna manera, Ángel había descubierto toda la verdad.

—¿Cómo puedes decirle esas cosas a un niño de diez años? A mi hermano. Es un niño, Benatia.

Si las neuronas pudieran hacer cortocircuitos las mías sin duda lo habían logrado. Todo mi sistema había entrado en colapso.

¿Su hermano?

—¿De qué ha...blas? —logré decir

—Miguel me contó lo que le dijiste anoche en el juego. Y no logro entender como tú, en tus cinco sentidos puedes decirle a un niño de diez años que Santa no existe. ¿Tienes idea del problema en que me pudiste haber metido con mi madre? —Él hablaba y hablaba subiendo su tono de voz cada vez más, confundiéndome. Ángel hablaba de su hermano, él no había descubierto nada más.

Un efímero alivio inundó mi sangre permitiéndome volver a respirar y tomar el control de mi cuerpo de nuevo antes de recordar que el insoportable enano diabólico me había delatado con su hermano, el enano había resultado un pequeño sapo bocón también.

—Él ya sabía que Santa no existe.

—¡Pero tú no lo sabías en el momento en el que se lo dijiste! ¿O sí? —No respondí—. Lo dijiste con toda la intención de hacerle daño y romper su inocencia, ¿cuán malvada puedes ser? —Malvada. De nuevo, había perdido el control sobre la capacidad para formar palabras. Era la primera vez que Ángel me hablaba o me veía así, con tanto desconocimiento—. Sé que mi hermano y tú no se llevan bien, sé que Miguel no se ha comportado de la mejor manera contigo pero tú pasaste el límite.

—Estas exagerando. —Molestarse conmigo de esta forma solo porque le dije a un niño de diez años que Santa no existía era completamente estúpido. A los diez años ya se tenía una completa consciencia de lo real y de la fantasía.

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