Capítulo 31: Jaque Mate, perra

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"Sé que crees en nosotros. Eso se llama fe"



Nuestra relación estaba cimentándose en una nueva fortaleza sólida y estable. Me porté bien. Cuidé cada uno de mis pasos, de mis palabras, de mis miradas. Dejé de ir a La Esquina y de responderle a Alonso. Él después de unos días dejó de insistir.

Yo estaba siendo la novia ejemplar, la novia que Ángel quería que fuera y la mayor parte del tiempo, cuando estaba con él lo disfrutaba, explorar esa parte de mí que no sabía que existía, ser esa persona que él estaba seguro, yo podía ser. La aprobación en sus ojos, la confianza ciega y algunas veces incluso me olvidaba de Mariela.

Y lo que más disfrutaba, era del sabor del sol en sus labios.

— ¿Tus padres irán el sábado a la reunión?

Mastiqué mi empanada y lo miré — ¿Cuál reunión?

—La del viaje de graduación gorda, con los representantes de la agencia.

— ¿Para qué? No voy a ir a ese viaje.

Casi se atraganta con su comida — ¿Cómo que no vas a ir? ¿Estás loca? Tienes que ir.

¿Pasar una semana entera con los insoportables de mi promoción? No gracias.

—Paso.

Dejó su comida a un lado.

—No puedes pasar, ¿cuál es el punto de ir al viaje de graduación sin mi novia? —preguntó— Tú y yo solos, durante una semana en Margarita. ¿Has pensado en eso?

No quise decirle que de aquí allá nuestra relación quizá, ya no existiera. Tampoco quería pensar en eso. Una risa se escuchó unas mesas más allá y Ángel desvió su atención hacia allá, sus amigos estaban riendo por algo que Alberto había dicho, distinguí la nostalgia en sus ojos queriendo saber que podía haber causado tanta gracia.

El bocado de la comida me supo amargo.

— ¿Tú y yo estamos bien? —atraje su atención. ¿Por qué quería tanto estar sentado con esos descerebrados? Ángel era mejor que ellos, no entendía su afinidad a esa amistad.

— ¿Qué? Si, por supuesto que si —me miró con confusión— ¿Por qué preguntas eso?

Me encogí de hombros, desviando la mirada hacia mi jugo

—No lo sé... Yo... —Sacudí mi cabeza sintiéndome estúpida— Mi carro ha estado muy limpio últimamente.

Habían pasado días desde que nos habíamos reconciliado y sin embargo... Aún no había rastro de sus regalos

— ¿Quieres que lo... ensucie? —él no estaba entendiendo, ni yo misma entendía cuál era mi molestia y me irrité.

—No importa, olvídalo.

Sus cejas se juntaron sin entender mi molestia repentina

— ¿Hay algo malo con tu carro?

— ¡Sí!... No... No sé... Dímelo tú. —el hambre se me había ido.

— ¿Cómo puedo yo saber si tu carro está malo? —habló lentamente, perplejo—. Puedo revisarlo, si quieres.

—Mi carro no está malo.

Sus ojos miraron hacia el techo y después a mí

— ¿Entonces?

—Nada. —miré hacia mi empanada ya fría.

— ¿Benatia? —Alcé mis ojos.

— Es sólo que como ya no... Ya sabes... Pensé que seguías molesto o... —me callé, estaba tartamudeando, tropezando con las palabras y me irrité conmigo misma ¿desde cuándo se me hacía tan difícil hablar? Era una idiota por solo estar preguntando.

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