Capítulo 39: Expectativas

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"El nenúfar es raro y escaso, pero son los únicos capaces de derretir los corazones de hielo"





Podía ver las luces.

Podía verlas todas.

Podía verlas llegar. Viniendo de todas direcciones.

A salvo. Por fin estaba a salvo.

Me apresuré a llegar hasta a ellas, intentando encontrar mi camino a través del barro y la suciedad, mis pies estaban descalzos y astillas y rocas se atrapaban entre mis dedos pero eso no me detuvo. Tenía que alcanzarlas. Eran tan brillantes debajo del cielo oscuro. Eran la única cosa que mis ojos podían ver. Y las seguí mirando intentando alcanzarlas sin importar el riesgo de quedarme ciega.

Pero entonces, en un parpadeo, las luces cambiaron y dejaron de ser blancas.

Azul. Rojo.

Las luces cambiaban convirtiendo todo en un mar azul y luego rojo. Y cuando las luces cambiaron. Lo escuché.

Dejé de caminar y giré y giré a todas partes. Una bola grande como una piedra estaba posicionada en la parte baja de mi faringe. Podía observar las luces con una claridad cegadora. Las sirenas resonaban en mis oídos una y otra vez. Una y otra vez. No se callaban, no se apagaban. Caminé de vuelta, intentando escapar pero ellas estaban cerca ahora. Muy cerca.

Los sonidos venían de todas partes y de ninguna. Luego, como un sueño, pude ver una luz blanca. Una solitaria luz blanca. Me preparé para correr hacia esa luz, sin importar que las plantas de mis pies ardieran por las heridas, sin importarme que mis dedos estuvieran callosos y sangrando. Tomé la falda de mi vestido sucio y rasgado con mis manos. Necesitaba esa luz.

Entonces pude escuchar otra cosa. Era un sonido animal, gutural, ensordecedor, rabioso. Los ladridos sonaron opacando las sirenas y me quedé silenciosa, silenciosa y extremadamente quieta. No me permití hacer ningún ruido. Ni siquiera me permití respirar. Solo los escuché. 

Los escuché buscándome.

La luz blanca era una linterna.

Miré hacia todas partes intentando encontrar un lugar donde esconderme pero no pude encontrar nada. El miedo creció y quise vomitar. Los sonidos se volvían cada vez más fuerte, más próximos y cuando escuché mi nombre siendo gritado por voces desconocidas, mis pies se enredaron y caí directo en el barro, golpeándome con fuerza contra la tierra.

Quise pararme, quise correr, quise gritar... pero estaba cansada. Estaba agotada.

Y me di cuenta que no podía seguir corriendo. Era inevitable, ellos me iban a encontrar.

Mi cabeza dolía como el infierno. No tuve una buena noche y definitivamente tampoco estaba teniendo una buena mañana.

Una acidez desconocida se asentaba en mi estómago. Necesitaba una taza de café, y yo no era amante del café. Y también necesitaba que el profesor de matemática dejara de hablar y escribir jeroglíficos en la pizarra como si su vida dependiera de ello, aunque los jeroglíficos habían dejado de serlo para mí ahora, cortesía de mi inteligente novio, la cabeza me palpitaba aún más por todo el nuevo conocimiento que estaba ingresando a mi mente.

Como si no tuviera suficiente con los números normales, que en realidad se llaman enteros, resultaba que sumados a los naturales, decimales, complejos, racionales, irracionales también teníamos a los imaginarios.

Perfecta Mentirosa✔️Where stories live. Discover now