CAPÍTULO EXTRA.

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"Si después de la lluvia sale el arcoiris pero sin colores"


Alonso Villarroel


La había perdido.

La había cagado.

Había metido la pata hasta el fondo por culpa de los celos, de la rabia, del alcohol.

Y ahora ella me odiaba.

Y yo había sido una de las pocas personas que ella en realidad no odiaba.

La perdí, pero ni siquiera sabía si podía perder a alguien que nunca fue verdaderamente mía.

Mis amigos hablaban a mi alrededor, parloteando sobre no sé qué tantas cosas pero no los escuchaba, mi vista estaba perdida, mis pensamientos volvían a ella y yo no sabía muy bien qué hacer con esto que tenía dentro.

Nunca me había sentido así, nunca había querido tanto a alguien. Extrañado tanto a alguien. Y joder cuanto la extrañaba.

Su mirada fría, sus comentarios mordaces, sus gestos despectivos, su voz seca, esos labios rojos que pocas veces sonreían pero cuando lo hacían, diablos, valía toda la pena, cuando sonría daba gracias a Dios que no lo hiciera siempre porque entonces ahí sí estaría perdido de verdad. Extrañaba sus críticas y como podía despotricar palabras odiosas hacia la gente que no soportaba, ella era tan ácida que me encantaba. Su frialdad cuando quería y lo distante que siempre era con todo el mundo pero conmigo, cuando estábamos a solas, me dejaba ver una parte que nadie más conocía.

Ella no era cariñosa, ni amable, ni dulce, no era amorosa y mucho menos simpática o agradable pero en mi cama, desnuda en mis sábanas, con su pelo castaño acariciando mis almohadas ella se convertía en una persona distinta, y era la mejor puta vista del mundo. Estar dentro de ella, era mi lugar favorito. Cuando eso ocurría, ella se volvía cálida y su frío se derretía en mí, cuando la hacía suspirar, ella ya no destilaba ácido, sus ojos brillaban, su piel sudaba, sus manos me apretaban y yo me sentía como un puto rey.

Escucharla gemir mi nombre era mi sonido favorito, como me ponía, como me excitaba, me enamoraba.

Otras veces, se convertía en una fiera, era salvaje, apasionada, dura, fuego, sus uñas arañaban mi espalda y sus dientes mordían mi piel dejando marcas que se quedaban grabas por semanas. Y era la única a la que la dejaba morderme. La única a la que permitía que me dejara marcas, en ese momento no podía adivinarlo ni entenderlo pero después, poco a poco, sin darme cuenta, ella se fue convirtiendo en la única.

La única en mi vida

Y ahora ya no estaba.

—Alonso... eh papi —alcé mi vista hasta Antonio, mi amigo— Aterriza.

—Está pensando en pajaritos embarazos —se rio Carlos y Julián bufó.

—Un pajarito llamada Benatia pero gracias a Dios ella no está embarazada.

Un escalofrío me recorrió entero y mis ojos se encontraron con Antonio quien se quedó serio. Solo Antonio sabía sobre el embarazo de Benatia, sobre el aborto. No le había contado a nadie más, Antonio de entre todas las personas, era uno de los únicos que podía entender como me sentía.

—Julián, ¿Tú no te cansas de ser tan inmamable? —Antonio escupió lanzándole un cojín

Esa era otra cosa que por más que me daba cabeza y cabeza no entendía como podía seguir queriéndola. La perdoné pero eso no quita que lo haya olvidado y no creía que algún día lo hiciera.

Perfecta Mentirosa✔️Where stories live. Discover now