2. LA DECISIÓN

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Pasé las fiestas mejor de lo que me esperaba, apenas derramé lágrimas cargadas de melancolía, las que brotaron fueron de felicidad; después de mucho tiempo volvía a estar feliz, muy feliz. La relación con mis padres empezó a fluir y me alegré por ello, los necesitaba. 

El día de Año Nuevo, mientras preparábamos las uvas para seguir la tradición española, me quedé observándolos y me di cuenta de que había sido una tonta al dejarme arrastrar ciegamente por el amor.

Después de aquellas dos semanas cargadas de emoción tomé la mejor decisión de mi vida: volvería a España con mi familia. Allí en Canadá ya no me quedaba nada, lo había perdido todo, yéndome a España podría volver a rehacer mi vida.

—Es una decisión acertada, Ali -. me dijo mi padre- Allí con nosotros estarás mejor, no debiste marcharte.

Volvían los reproches, aunque esta vez no llevaban maldad, solo razón, como la mayoría de las veces, la única diferencia es que ahora me habían hecho ver que me había equivocado.

Tras un largo vuelo con turbulencias y dos escalas, en Londres y en Madrid, llegamos a Valencia, llegué a mi hogar.

Cuando entré en la que había sido mi habitación toda la vida, no pude evitar sonreír y dejar caer alguna lagrimilla. No esperé a deshacer las maletas, me duché y fui corriendo a ver a mi abuela.

Su casa seguía igual que cuando me marché, con su fachada de piedra, su balconcillo lleno de plantas y su porche, en el que compartíamos miles de anécdotas familiares en las cenas familiares.

El interior seguía oliendo a rica comida y aún había miles de cuadros con fotos de mi padre de pequeño con sus hermanas, de mis padres en su boda y de mi abuelo y mis tías... Al ver esta última el corazón se me encogió y vino a mi mente el día que llamaron del hospital y nos comunicaron que habían tenido un grave accidente con el coche y que solo había un superviviente en coma con heridas graves que, al cabo de unos días falleció también, dejando así a mi abuela viuda y con tan solo un hijo, mi padre, que por suerte no viajaba en ese coche con sus hermanas y su padre de camino a un concierto de música country.

Tuve que pestañear varias veces porque empezaba a ver borroso por las malditas lágrimas.

Cuando vi a Rosa, mi abuela, nos abrazamos y yo sentí que ese era mi lugar, que allí se me iban a brindar nuevas oportunidades para salir adelante, y lo más importante: estaba con mi familia de nuevo.

Cenamos en la casa en la que había pasado horas y horas de pequeña, jugando a todo. Mi abuela seguía igual de entrañable, yo siempre decía que era una abuelita de cuento con su delantal de cuadros y su bolsillo en el que guardaba absolutamente de todo.

Nos fuimos pronto a dormir porque a la mañana siguiente tenía muchas cosas pendientes que hacer.


daliaacolomeer_

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