24. PODRÍA...

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LUCAS

Amanda se había vuelto completamente loca, eso lo sabíamos todos, pero... ¿un arma? Eso fue completamente inesperado, aunque cavilando un poco la idea y sabiendo lo que había estado tramando en el hospital...

Todo el tiempo que esa maldita pistola estuvo apuntando a la cabeza de Alicia mi corazón apenas bombeó sangre a mi cuerpo, estaría guardándose fuerzas para lo que pudiera pasar.

La cuenta atrás fue un diálogo entre dos chicas. Dos chicas que fueron como carne y uña en el pasado y que, por mi culpa, estaban enfrentadas en un guerra, una guerra que iba a terminar en ese momento: Alicia moriría y Amanda iría a la cárcel por asesinato a sangre fría, muy fría.

Yo seguí sujetando el brazo de Ali, esperando que después del disparo cayera al suelo.

Pero no.

El disparo retumbó en nuestros oídos,pero Alicia no cayó al suelo.

Podría haber sido un milagro, podría haber sido un engaño, podría haber sido una simple amenaza.

Pero fue una desgracia.

Después de apretar el gatillo, aún con los ojos cerrados, Amanda tiró la pistola al suelo y cayó arrodillada. Óscar, el marido de Sofía, que todavía no sé qué pintaba en todo esto pero seguro que nada bueno, la cogió por las axilas para amortiguar la caída. Ella estaba en puro estado de shock, como todos los allí presentes.

Los periodistas, los fans y los cotillas habían dejado de grabar. Todo el mundo acababa de ser testigo de un asesinato.

Cuando llegó la policía, y una camilla llevó a quirófano al herido, nos tomaron declaración y se llevaron a Amanda con las manos esposadas tras la espalda. Óscar siguió a los coches con cara de puro agobio.

—No puede ser —mi voz salió en un hilo de voz—. Ya no está. Se ha ido para siempre.

—No lo sabemos, Lu —me dijo Alicia, que le costaba mantener la voz firme—. Solo tenemos que rezar para que la bala no haya afectado ningún órgano y no haya perdido mucha sangre.

En mi mente se seguía reproduciendo el momento del disparo, a cámara lenta:

Amanda cogiendo la pistola con fuerza, Alicia mirando el cielo deseando tener un buen sitio allí, yo suplicando al destino que no me haga esto y... Mª Carmen corriendo hacia Alicia justo en el momento en el que la bala le iba a impactar.

Cayó al suelo. Nadie reaccionó. Todos quedaron inmóviles.

Unos segundos de felicidad plena por seguir teniendo a Alicia a mi lado.

Mi mente recibió por fin el oxígeno necesario para darse cuenta de que mi enfermera y amiga estaba en el suelo con un charco de sangre a su alrededor.

Todo eso en cuestión de unos pocos segundos.

—Vayamos a la habitación, el doctor está ahí en la puerta.

Alicia me ayudó a levantarme del suelo. Sentía que cada pierna pesaba cinco kilos y que mis pulmones respiraban como si alguien los estuviera apretando.

Tenía la mirada perdida y la mente en blanco, reproduciendo ese momento en bucle.

Llegamos al comedor. La mayoría de pacientes y personal sanitario habían salido al oír el escándalo y todos tenían que volver a sus respectivos puestos. Pero el doctor, que también era el director de la clínica, quería decir unas palabras para suavizar el ambiente.

—Un momento de atención —llamó la atención de la sala—. Lo que acaba de ocurrir ahí fuera nos afecta a todos, con más fuerza o menos, pero a todos y a cada uno de los que estamos aquí—se le notaba en la voz que le costaba seguir hablando—. Ella... Mª Carmen era...

—Era canela en rama, como diría ella —acudí a su ayuda, Gabriel me agradeció con la mirada y todos sonrieron forzosamente por mi broma—. Ella nos ha repartido un granito de su alegría en cada día gris que pasábamos, y debemos de estarle agradecidos —todos me observaban expectantes—. No le gustaría vernos así.

—Además, tenemos que ser fuertes. Guardaremos las lágrimas por si llega el final fatal —añadió Alicia.

Con dos palmadas, Gabriel volvió a imponer el orden y cada uno volvió a su trabajo.

El Dr. García estaba abatido. Tenía la piel pálida y sudorosa. Estaba pensativo, o melancólico.

—Voy a abrir un expediente.

Ali y yo levantamos la cabeza porque su inesperada intervención nos había sacado de nuestros pensamientos.

—¿Cómo dice? —quise saber.

—Un expediente médico —seguíamos sin entender a qué se refería—. Para Amanda; abriré un informe y lo presentaré a la corte.

—Va a ir a la cárcel, doctor.

—Esperemos que no por mucho tiempo.

—¿Por qué dices eso? —me alteré— Con todo el daño que ha causado allí es donde debe estar.

—Lucas, escúchame y siéntate —obedecí—. Si Mª Carmen sobrevive, la condena será menor o inexistente. Entonces haré todo lo que esté en mi mano para que investiguen su caso y, a ser posible, que la ingresen donde sea necesario. Es un peligro para todos.

Los tres asentimos, de acuerdo en lo último que acababa de decir.

A los pocos minutos llamaron al teléfono del despacho.

—¿Sí?

—[...]

—Entiendo...

—[...]

—Vale, muchas gracias, buenas noches.

Su expresión en la cara del doctor no albergaba nada bueno.

—¿Quién era? —pregunté.

—Eran los del hospital... —respondió a media voz.

—¿Y bien? —insistió Alicia.

—Se quedará ingresada en la UCI esta noche. Por desgracia ha perdido mucha sangre.

Se creó un silencio horroroso, los pensamientos de cada uno se podían escuchar.

—No saben si mañana amanecerá —concluyó.



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