25. LO SIENTO

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El aire se podía cortar con un cuchillo. Solo se respiraba angustia y tensión.

Alicia, Gabriel y yo habíamos subido a la planta donde estaban interviniendo a Mª Carmen. Nos habían dicho que se encontraba en las horas más críticas debido a la exagerada pérdida de sangre.

Eran las diez de la noche y llevábamos allí desde las seis. Intentábamos aguantar ingiriendo un poco de cafeína.

—Lucas, no has comido nada. ¿Te traigo algo?

Le indiqué que no con un movimiento casi imperceptible de mi mano derecha.

—Lucas, deberías alimentarte un poco. Hoy has tomado medicaciones fuertes y debes mantener el estómago lleno —miré a Gabriel con la mirada cansada.

—Está bien, doctor.

—Llámame Gabriel, por favor.

—¿Usted quiere algo? —le preguntó Alicia.

—No, gracias, yo no me he medicado —dijo guiñandome un ojo—. Tú también puedes tutearme, Alicia.

—Perfecto, ahora vuelvo —nos regaló una sonrisa forzada pero simpática y desapareció escaleras abajo.

Gabriel y yo nos quedamos en silencio, supongo que él no quería entablar una conversación para que no saliese a la luz el tema de Amanda. Y yo, en la situación en la que nos encontrábamos, tampoco me apetecía hablar de ese demonio rubio.

Pasamos, lo que nos pareció una eternidad, en silencio y mirando distintos puntos del suelo. De vez en cuando, uno de los dos carraspeaba para romper el ambiente de malestar, pero aún así fue la espera más incómoda de mi vida.

Por suerte, Alicia volvió con unos bocadillos de jamón que se olían a kilómetros, hacía tanto tiempo que no ingería algo realmente rico que podría haberme comido cincuenta como esos.

—Te he traído uno, por si luego te apetece.

Gabriel levantó la vista de su teléfono y se quedó mirándola perplejo. Yo me reí por lo bajo, él no conocía a Alicia: si ella quería que todos comiéramos, lo conseguiría.

—Ya te había dicho que no hacía falta.

—Te lo guardas para cuando te apetezca, ya me lo agradecerás.

Él, resignado, cogió el tentempié envuelto en papel de aluminio y se lo guardó. Yo ya me había comido la mitad y si él no iba a querer el suyo, yo me lo comería. Ella se había comprado un sándwich de queso, su favorito.

Degustamos en silencio hasta que llamaron por teléfono.

—Hola, Sofía, dime —respondió Alicia.

Supuse que era su prima. Esta conversación iba a dar para mucho y Alicia no se lo tragaría. Tenían mucho de qué hablar. Ali vio mi cara de intriga y puso el manos libres, menos mal que estábamos solos en la sala de espera.

—Me he enterado de lo que ha pasado con Amanda. ¡Hija de su madre! Te juro que la voy a matar si no se pudre en la cárcel.

—Me temo que eso no será necesario.

—¿Es seguro que la van a condenar? —advertimos cierta angustia en su voz.

—Todavía no, pero si se libra de la cárcel la internaran en un psiquiátrico, o manicomio, según considere el doctor.

Gabriel miró a Alicia y asintió, dándole la absoluta razón en lo que decía.

—¡Uf! Pues menos mal, porque no me apetecía ir a la cárcel a mi tampoco —soltó una risa nerviosa y Alicia la acompañó con una falsa carcajada.

—Sofía, te quería preguntar... —se le escuchó tragar grueso al otro lado de la línea— ¿Te lo ha contado Óscar?

Silencio.

Alicia tenía aires de victoria y de fastidio al mismo tiempo

—Te lo digo porque ha aparecido por allí y ha sido el que ha frenado a Amanda en su primer intento.

Iba a buscarle las cosquillas. Se le daba realmente bien y a veces daba un poco de miedo.

—¿Sofía, estás ahí?

Pero Sofía había colgado.

Alicia soltó unas cuantas maldiciones y se levantó de la silla.

No nos dió tiempo a comentar nada de lo que había pasado porque apareció la susodicha por el pasillo.

—Ali... —dijo con lágrimas en los ojos.

—Sofía... —respondió con una expresión neutra.

—Quería contártelo en persona, bueno, contaros —nos miró de arriba abajo al doctor y, en especial, a mí—. Me alegro de que estés bien.

Yo no me creí su alegría, para ser ciertos, la noté obligada y con rabia.

—Habla, Sofía —la invitó su prima.

—Joder, Alicia, soy una mierda de persona, te juro que me arrepiento de todo.

—¿Te arrepientes de qué, exactamente?

Sofía fingió un mareo y se sentó en la silla que Alicia había dejado vacía minutos antes. Se removió varias veces mientras evitaba nuestras miradas

—Sofía, di lo que tengas que decir ya.

La misma desesperación que Alicia estaba manifestando con su tono agresivo la sentíamos todos por dentro.

—Yo...

Una enfermera salió de la sala de intervenciones y las cuatro cabezas de la sala giraron al mismo tiempo hacia ella. Una mujer, con arrugas visibles en su cuello y cara, la cual no auguraba nada bueno.

—Lo siento mucho.

Sus palabras cayeron como un jarrón de agua fría sobre nuestras cabezas.

La guerra había empezado y Amanda tenía demasiados enemigos que buscaban venganza.


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