58. HABITACIÓN 437

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Mi abuela Rosa había sido una segunda madre para mí. Cuando mis padres tenían guardia o turno de noche en el ambulatorio siempre me quedaba con ella y con mi prima Sofía, ella vivió con nuestra abuela desde que su madre falleció después de estar varias horas en coma tras aquel accidente tanto tiempo atrás.

A los pocos meses de mi partida a Madrid, la llevaron a una residencia porque empezó a perder capacidades visuales y auditivas. Eso nos preocupó porque ella siempre había sido una mujer independiente y nunca había necesitado a alguien que le hiciera la cama o, simplemente, que le ayudara a cruzar la calle. Gabriel nos recomendó un sitio bastante bueno que, además, tenía comunicación con el hospital donde él trabajaba.

Llevaba casi tres años en la residencia, pero un par de meses atrás le habían detectado cáncer de mama que no era operable por varias causas médicas. La habían ingresado en el hospital porque estaba tratándose con quimioterapia, por el momento no se veía evolución en el tumor pero tampoco mejoría en los síntomas, estaba estable. Los médicos nos habían comunicado que, si seguía así, el tratamiento sería inútil y a esas alturas ya no habría remedio. Nuestra única esperanza era que llegara a la boda de Sofía, solo pedíamos que aguantara hasta ese día. Tan solo era un poco más de un mes.

-¡Abuela! Estás guapísima, por favor.

Nos dimos uno de los mejores abrazos del mundo, uno tan especial que no olvidaré nunca y cuyo calor tendría presente en muchos instantes de mi vida.

Su optimismo inundó la estancia cuando empezó a hablar de su enfermedad y del tratamiento. La admiraba precisamente por eso, por ser una persona tan fuerte a pesar de todas las adversidades que la vida le ha presentado a lo largo de su vida.

Le hablé de todo lo que había hecho desde que me fui: el piso, la universidad, mis nuevos amigos, la moto... No le hablé de Guillem ni del bebé, por el momento. Pero una mujer con tanta experiencia en la calle tiene un sexto sentido desarrollado.

-Alicia, te veo más ancha. Volver a estudiar no te ha sentado bien, o hay algo más que me tienes que contar -me dijo con una voz que no recordaba de esa manera.

Lucas se echó a reír, yo le miré y me uní. Cogí aire y le di la buena nueva.

-Abu, estoy embarazada. Es una niña. Lucía, se llamará.

Su cara de felicidad fue lo que motivó a mis lágrimas a salir rodando por mis mejillas. Pensaba en toda la historia que había detrás, pero ella no merecía saberlo, era demasiado frágil en ese momento.

-Enhorabuena chicos, seréis unos padres ejemplares. Aunque no entiendo las modas de ahora, toda la vida primero se casaba la gente y luego venían los retoños -pareció indignarse.

-La sociedad está muy avanzada querida mía -le contesté mirando a Lucas.

Nos quedamos charlando un buen rato hasta que se hizo hora de comer. Entró una enfermera que nos miró de arriba abajo y le sirvió en una bandeja el menú del día: sopa de menudillo, una hamburguesa de pollo y una pieza de fruta; luego trajo el carrito de las pastillas y un vaso de agua. Mi abuela miró los comprimidos con cara de pocos amigos.

Nos despedimos para irnos nosotros dos a comer también. En el pasillo estaba la chica que había servido la comida.

-¿Me puedo hacer una foto contigo? -mi cara se desencajó por completo- ¿Eres Alicia, verdad?

-Claro, sí.

Todavía con la incredulidad en la cara nos tomamos un selfie y la chica se fue más contenta que unas pascuas.

Me giré para contárselo a Lucas, pero se ve que mi abuela lo había llamado y no me había enterado con la emoción de los autógrafos.

No interrumpí, pero no pude evitar asomarme para oír lo que le decía.

-Por muy optimista que sea, yo sé bien que no me queda mucho tiempo. Solo te pido una cosa, hijo: cuida de ella. Tú eres lo más importante en su vida...

-Y ella en la mía, Rosa.

-Eso lo sé de sobra, se nota a kilómetros que morirías por ella -dijo en un tono sarcástico-. Quizá ella no lo demuestre, pero también haría cualquier cosa por ti.

-Te juro que haré todo lo que esté en mi mano para que estén bien.

Lucas le besó la frente y salió de la habitación. No me digné a disimular cuando vio mi cabeza entre la puerta y sonreí.

Fuimos a por el coche y, otra vez, por los pasillos nos miraba la gente y murmuraban entre ellos.

"Esto tiene que ver con los vídeos de Amanda, seguro" -pensé.

Cuando subimos al vehículo la sonrisa tonta al seguir pensando en lo que habían hablado en la habitación 437 no había desaparecido de mi cara, entonces me delaté a mi misma:

-Cuando empezamos a salir -Lucas me miró confundido- le hablaba todo el tiempo de ti, a mi abuela. Y a Sofía, que siempre estaba allí.

-¿Qué les decías?

-Les contaba cómo me sentía, las mariposas que bailaban en mi estómago cada vez que nos dábamos un abrazo. Y luego cuando nos dimos el primer beso... -Me entró la risa solo de pensar lo embobada que estaba.

-En el banco, sí. Me acuerdo. También le hablé a mi padres de ti, de hecho aún lo hago.

Lo miré con los ojos empapados. Nunca habíamos hablado de eso, no se había desahogado conmigo sobre el accidente. Yo me sentía culpable, en cierto modo, aunque en el fondo sabía que no tenía nada que ver.

-Siempre les decía que por fin había coincidido con la chica indicada. Ellos me miraban y sonreían. "Es una buena muchacha" me decían. "Lo sé, es la mejor" les decía yo embobado mirando una foto nuestra hacía el tonto.

-¿Ahora qué les dices?

-"No quiero que se vuelva a ir, necesito que sea feliz y quiero intentar que sea juntos."

-¿Ellos qué te dicen? -me mordía el labio para no empezar a llorar.

-Creo que... -él sí que lo hacía, se limpiaba las lágrimas con los dedos- Creo que me dirían que buscara mi felicidad sin opacar la tuya. Y eso es lo que voy a hacer, te lo prometo.

Dicen que una mirada vale más que mil palabras, pero nadie habla de los roces. El tacto: su mano en la mía, luego por mi brazo, finalmente en mi cara. El contacto: sus labios en los míos, el sabor salado de sus lágrimas.

Solté todo el aire que estaba conteniendo sin ningún por qué. Un "lo siento" quiso escapar de mi boca, pero no podía mentir

-Te escuché hablar con Tamara. Hablamos anoche.

-No le rompas el corazón.

-No lo haré -me miró a los ojos, estaba demasiado cerca de mí-. No lo hagas tú.

Le acaricié la cara con la mano y, mientras sonreía, negaba con la cabeza.

Fue más bien una promesa interna: no hacerle daño a nadie más.



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😶😶😶

daliaacolomeer_

⭐⭐⭐⭐⭐

Volví por míWhere stories live. Discover now