34. DEP

44 4 4
                                    

LUCAS

No había vuelta atrás. Lo había soltado. Le había dicho a Alicia que yo era consciente de los planes de Amanda. Sinceramente, esperé que reaccionara de otra manera, pero solo se dio la vuelta y nos dejó a Sofía, a Óscar y a mí solos en aquel callejón perdido de Valencia.

Mis intentos de que volviera para hablarlo con tranquilidad no cesaban, pero cuando dio la vuelta a la esquina me di cuenta de que lo había vuelto a fastidiar todo otra vez.

Esa noche me la pasé en vela, llamándole y dejándole mil mensajes:

"Alicia, por favor, hablemos"

"Ali, princesa, no me ignores te lo suplico"

Y muchos más de esta índole.

Pero nada, ella los leía y así se quedaban: en leído. Las dos malditas rayas azules que te dejan sin dormir durante días.

-

Había pasado una semana desde la última vez que había visto a Alicia. Sus padres me habían dicho que se había ido a Madrid para darse un respiro, yo había dejado de intentar que me respondiera.

Debido al lío del juicio, el funeral de M.ª Carmen se había retrasado más de lo normal, pero el fatídico día había llegado.

Todo ropas oscuras, encima un día lluvioso. En aquella iglesia se habían pasado con el incienso, que se colaba por nuestros olfatos haciéndonos estornudar.

Menos mal que la ceremonia fue amena y breve, después de ello acudimos al cementerio dónde nuestra querida compañera convertida en ángel descansaría en paz el resto de los tiempos.

Todos estábamos allí: el doctor, algunas enfermeras, algunos pacientes de la clínica, Sofía, Óscar,  los padres de Ali... Pero ella no se había presentado, ni siquiera sé si se habría enterado.

Cuando íbamos a abandonar el recinto, vimos una sombra a lo lejos que sujetaba un paraguas: sí, era Alicia.

Ella avanzaba lentamente, para mí el resto del mundo había desaparecido.

Cuando se encontraba a menos de 5 metros de nosotros, pensé que se detendría y añadiría algún comentario, pero siguió avanzando hasta llegar a la lápida que acababa de ser instalada.

Las demás personas que habían acudido al entierro ya se habían marchado, solo quedábamos nosotros.

-Alicia... -dijo Sofía.

-¿Qué? -ella parecía un alma en pena que estaba presente en cuerpo pero no en mente, dándonos en todo momento la espalda.

-Te echábamos de menos.

-Enhorabuena.

Sofía, abatida, tuvo el impulso de lanzarse a darle un abrazo a su prima, pero un segundo impulso la detuvo seguido de un tercero que la hizo abandonar el espacio e irse llorando.

El siguiente en tratar de mejorar la situación fue Óscar, aunque no tuvo mucho éxito y terminó marchándose para buscar a Sofía.

-¿Algún otro voluntario para hacerme volver?

Seguía de espaldas a nosotros.

Había dejado de llover y había salido, aunque tímido, el Sol. Sus rayos permitían ver el atuendo de Alicia: un vestido corto de seda negro que se ajustaba a sus sutiles pero presentes curvas; unos botines negros que, si no recuerdo mal, le regalé yo mismo por uno de nuestros aniversarios; y el pelo recogido en una coleta baja, el color oscuro de su vestido resaltaba las mechas rubias que llevaba. Estaba preciosa, y todavía no la había visto bien por delante.

Volví por míWhere stories live. Discover now