12. HOLA, ALI

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Y ellos, mi familia, sin pensarlo, me acompañaron en uno de los momentos más duros de mi vida.

Para ir al centro dónde se encontraba Lucas necesitábamos un transporte, así que Óscar nos llevó, qué encanto de chico. El trayecto en coche fue silencioso, nadie hizo ningún comentario sobre mis semanas fuera de casa ni sobre qué pensaba hacer o decir cuando le tuviera delante.

A los quince minutos llegamos, me temblaban las piernas y me dolía el pecho, casi no podía respirar.

Le pregunté a la chica del mostrador si era horario de visitas, aunque en verdad ya lo sabía, sabía hasta el médico que lo trataba, pero debía preguntar para evitar que sonara más desesperada y obsesionada de lo que ya sabían mis padres y Sofía.

La enfermera de la entrada me dijo dónde debía esperar. Fueron los cinco minutos más largos de mi vida.

—Buenas tardes, Alicia ¿verdad? —me preguntó el doctor García.

—Exacto, sí, soy yo —nos dimos un apretón de manos—. ¿Puedo verlo?

—Ahora le están haciendo unas pruebas, en unos minutos podrá verle.

—Ay, muchas gracias, doctor!

Estaba nerviosa y emocionada a partes iguales.

Pasaron esos minutos y volvió el Dr. García para darme una bata quirúrgica y algunas instrucciones.

—No puedes tocar ninguna máquina, no te quites la bata y, creo que es evidente, no puedes sacarlo de su habitación.

Solo asentí ya que no sabía si mi voz se encontraba disponible para responder con dignidad.

Pasamos por un montón de puertas que se abrían con una tarjeta metálica, nos cruzamos con enfermeras y enfermeros tratando a otros pacientes desquiciados. Yo solo rezaba para que Lucas no estuviera en ese estado.

Y, al fin, llegamos a la habitación. Estaba haciendo tan gran esfuerzo por no llorar que pensé que en cualquier momento se me iban a salir los ojos.

Allí lo encontré, tumbado en una cama de hospital, rodeado de muchas máquinas que hacían un ruido ensordecedor, pero no me importaba, quería estar allí toda la vida, quedarme con él para siempre. No quería volver a separarme de él. Ya sé que me destrozó la vida pero, cuando se trata del corazón, hay daños que son ciegos.

Estaba dormido, con el pijama tan horrible del hospital puesto pero que a él le quedaba bien, creo que era la única persona a la que ese pijama le iba como un guante.

Yo no dejaba de mirarle y preguntarme qué hacía él allí. ¿Sería por mi culpa? ¿Lo que me dijo hace unos meses antes de intentar suicidarse tendría algo que ver?

Y otra de las preguntas que me hacía era: ¿dónde se suponía que estaba Amanda? Tanto apoyo que demuestra por ahí...

El doctor me había dicho que su estado permitía que se quedase algún acompañante a dormir, entonces no entendía por qué ella no estaba allí con su prometido.

Y al estar sumida en mis pensamientos, no me di cuenta de que Lucas se había despertado y me estaba mirando fijamente.

Cuando reaccioné tuvimos unos segundos de contacto visual. No sé si me quedé en shock por verle después de tantos meses o por sus ojos. Ya no eran de ese color azul tan cristalino que me encantaba y me dejó pasmada cuando lo conocí. No, ahora estaban cansados y ya no brillaban. El blanco que envolvía el iris estaba enrojecido y debajo se podían distinguir unas ojeras azuladas que transmitían cansancio.

Tenía miedo de descubrir la segunda cosa que más me encantaba de él: su voz.

—Hola, Ali.

Me rehusaba a aceptar que esa era su voz. Ahora sonaba afónica y sin esos matices que hacían que me quedara embobada escuchándole. Mi Lucas era de los que, por mucho que hablara sin parar, no te cansabas de oír. Y lo sabía bien, porque me había tragado reuniones infinitas en las que le tocaba exponer algún punto de mejora para la empresa, la mayoría de veces en su inglés fluido.

Yo me sentaba en el sofá y lo contemplaba hasta que acababa y venía a darme un beso que le diera fuerzas para seguir trabajando.

Todavía no había llorado desde que había entrado en ese edificio, pero no quedaba mucho. Su voz, su mirada y su aspecto me habían sentado como un cubo de agua fría en la cabeza, como una patada en el estómago.

Pero yo no iba a abandonarlo, aunque me doliera comprobar que había cambiado.



daliaacolomeer_

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