59. ¿ES EL FINAL?

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Después de comernos un kebab por puro antojo y capricho de embarazada, empezamos la búsqueda de tiendas con ropa de mi talla, baratas y de mi estilo. ¿Por qué los modistas insinúan que las embarazadas vestimos con tantos estampados?

Me probé tropecientos modelos, Lucas fue testigo del desfile más largo y colorido de su vida, salimos de tres mil tiendas con las manos vacías.

En cada semáforo que parábamos, mi conductor apoyaba el brazo en la ranura de la ventana abierta y se mordía delicadamente la punta del meñique mientras resoplaba y daba golpecitos al volante con la otra mano.

-¿Quieres que vayamos a casa y ya miraremos algo por Internet? -le dije preocupada por su aburrimiento, y por el mío.

Se giró y levantó una ceja.

-Ni de coña -respondió muy serio.

Volvió a levantar la ceja y solté una carcajada, el muy bobo siguió frunciendo el ceño y jugando con su cara haciéndome reír como otra boba. Casi ni nos dimos cuenta que la luz verde había aparecido en el semáforo.

Mi desesperación me llevó a buscar tiendas en Google.

"Aunque tengamos que coger un tren, tú hoy te compras ropa de embarazada" -sentenció varias veces Lucas.

-Gira a la derecha por la próxima -le dije de repente.

Tras varias curvas, el GPS nos informó que nuestro destino estaba a la izquierda.

Solo el escaparate ya era mejor que todas las otras tiendas, era ya tarde, no tardarían en cerrar, pero nadie iba a privarme de entrar ahí y encontrar el conjunto ideal.

Este nuevo desfile fue más agradable: prendas que podías encontrar en cualquier tienda de Amancio Ortega pero adaptadas a un cuerpo que lleva una bebé a bordo.

Finalmente, me quedé con una blusa blanca con florecitas azules que tenía la espalda de puntilla, unas cuantas camisetas de manga corta y sin mangas de colores lisos, un chaleco vaquero monísimo, un vestido de vuelo amarillo ideal para el verano, varios pantalones largos frescos y otros pares más cortos, alguna que otra falda por debajo de las rodillas (tenían un corte en el lateral para no parecer una monja), y la joya de la corona: un mono corto, de color gris claro, con unos botones hasta la parte del cuello, unos tirantes anchos que cubrían todo el hombro y un cinturón de la misma tela por si quería añadirlo. Lo que más me llamó la atención fue que tenía esa misma prenda en mi armario, la compré online cuando estaba en Madrid y no tenía esa barrigota.

Llevábamos todo el día fuera y estaba agotada, eran casi las ocho. La tarde había sido provechosa aunque no a lo que compras se refiere, si no para nosotros. Habíamos pasado un rato como pareja, o por lo menos todo el mundo que nos veía lo pensaba. Nos quedaban muchas cosas por hablar antes de poder arriesgarnos otra vez a algo en serio, pero las buenas risas de esta tarde ya no nos las quitaba nadie.

Ya casi estábamos llegando a casa de mis padres, habíamos parado en otro maldito semáforo.

Lucas tenía la maldita y cochina manía de cogerme la mano y ponerla en el cambio de marchas debajo de la suya, no podía negar que me encantaba. Me miró conociéndome de sobra y sabiendo que las mariposas de mi estómago ese día habían alcanzado el revoloteo máximo.

 Me miró conociéndome de sobra y sabiendo que las mariposas de mi estómago ese día habían alcanzado el revoloteo máximo

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