27. CONVERSACIÓN PENDIENTE

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Me desperté temprano, más que nada porque no pude pegar ojo, y me fui directamente a casa de mi prima.

Ella también estaba despierta, su última conexión en WhatsApp era a las 6 de la mañana, así que supuse que ella tampoco había dormido nada.

Llegué y, por el camino, había intentado formular todas las preguntas en mi cabeza; quería descifrar muchos enigmas y debía mantenerme serena. Sofía tardó en abrirme la puerta, y lo hizo con el pelo revuelto y su pijama sucio de café. Sostenía una taza vacía en sus manos, que temblaban como un flan.

Le di los buenos días con una sonrisa que no me llegó a los ojos y me invitó a pasar.

Su casa estaba hecha un desastre: había sillas del revés, papeles por todos lados, cristales rotos...

—Disculpa el desastre, he pasado una mala noche —dijo quitándose el batín.

—Ya veo... No has sido la única, tranquila.

Hice una última inspección general del salón y me senté en un hueco que había en el sofá. Algo me llamó la atención: no había ni rastro de Óscar ni de sus cosas.

-Como en la mayoría de nuestras conversaciones últimamente, necesito ir al grano. La verdad, no me importa si te afecta mucho o poco, se trata de mi vida y tú sabes algo que yo no sé. Así que, cuéntame todo lo que creas que debo saber.

Ser tan fría y dura con ella se me hacía muy difícil, pero era la única manera de avanzar.

Me miró con cara de cachorro, suplicando que no le hiciera pasar por esto, pero ya no tenía tiempo ni ganas de mentiras.

—Sofía, por favor, mejor a las buenas que a las malas.

—Es que, Alicia, yo no sabía que iba a pasar esto cuando... —no dejaba de retorcerse las manos.

—Cuándo, ¿qué?

Se levantó a por más café y me trajo una taza, la necesitaba.

—Alicia, prométeme que me vas a perdonar y que no me guardarás rencor.

—No voy a prometer nada. Habla de una vez —en el fondo de mí sabía que la iba a perdonar, aunque me costara la vida.

—Amanda.

Sin saber nada más, todo empezó a cobrar sentido y las piezas se iban encajando solas.

—Ella y yo... —Con mi mirada le invitaba a seguir, pero parecía que ella no se percataba mis intenciones— Cuando os fuisteis a Canadá, Amanda me dijo que...

—¡Joder, Sofía! ¿Puedes no dejar a medias todas las oraciones?

—Es que no puedo. Me duele el pecho cada vez que lo recuerdo.

—Pues cuéntamelo con dolor. Sofía, lo siento, pero quiero que me lo cuentes todo.

Me partía el alma verla así, pero ya me disculparía más tarde.

Mi prima cogió aire y empezó a hablar con la voz propia de una persona arrepentida.

—Ella estaba muy celosa de vosotros dos y quería vengarse. Entonces, cuando os marchasteis, empezó a tramar un plan para joderos la vida a los dos. A ti en especial.

—No me has dicho nada nuevo, eso ya lo sabía.

-Ya, pero esto no... Ella y yo estábamos juntas.

-¿Juntas? ¿Erais pareja?

-Exacto —se me destrozaron todos los esquemas de mi vida—. Y yo la ví tan mal, que decidí ayudarla.

-Pero si estaba contigo, ¿para qué quería a Lucas? —intenté seguir con el interrogatorio sin buscarle el sentido a todo, porque desde luego me iba a costar encontrarlo.

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