22. HIJA DE...

40 5 1
                                    

Pasaron las semanas y llegó la primavera. Alicia había dormido en el hospital tres o cuatro veces. Yo había mejorado sobresalientemente y el doctor estaba orgulloso de mí.

Amanda no había aparecido desde el día de la crisis pero había subido algún vídeo explicando lo que me pasó, más o menos. Y haciéndose la víctima, como siempre, diciendo que ella lo estaba pasando muy mal al verme así.

"Cuando fui a verle un día se emocionó tanto que el corazón se le disparó y entró en parada —fingía un sollozo—. Se le han quedado algunas secuelas: no puede mover los pies y le cuesta hablar. Pero yo lo visito todos los días para asegurarme de que mi angelito está bien —perdí la cuenta de las mentiras que había dicho—. También rezo por él todas las noches, confío en vosotros para que también lo hagáis."

Ali y yo nos lo ponemos de vez en cuando para reírnos. Realmente podría ser una buenísima actriz.

A veces me paraba a pensar en qué demonios estaría haciendo cuando no estaba grabando sus falsas rutinas. Se me venía a la mente lo peor. Era capaz de cualquier cosa con tal de salir ganando y hacerle daño a alguien.

Pero enseguida volvía Alicia con su sonrisa de oreja a oreja, y pasaba de calentarme la cabeza con los malvados planes de Amanda, a jugar al parchís o a cualquier juego de mesa.

La tercera tarde de primavera el doctor nos llamó para que fuéramos a su despacho para comunicarnos algo.

De camino a la cita se me vino algo a la mente:

—Ali, no hemos hablado de...

—Déjalo, por ahora.

—Pero...

—¡Shh! No seas cabezota. Ahora estamos aquí y así. No creas que quiero olvidar lo que pasó y evitar la conversación que tenemos pendiente, sólo es que cuando sepa lo que pasó no sé si querré volver a verte o a hablar contigo.

—Alicia, yo...

—Cállate, enserio. Ahora solo quiero cuidarte y que salgas de aquí pronto, después ya veremos.

Apresuró el paso y llegó antes que yo al despacho. Me sujetó la puerta para que la silla de ruedas pudiera entrar y se sentó enfrente de la mesa de Gabriel.

Nos había convocado a las 16h y, como no teníamos nada más interesante que hacer, acudimos al encuentro a las 15:45h, esperando que estuviera allí o que no se demorara mucho.

Pero pasó media hora y no apareció nadie.

Decidimos esperar un rato más antes de llamarle.

Pasadas las 16:40h y tras haberle dejado varios mensajes y un par de llamadas, Ali quiso ir a recepción.

Al salir se encontró con Mª Carmen, que ya la trataba como si fuera su nieta.

—¿Qué hacéis ahí, criaturas?

—El Dr. García nos había dicho que acudiésemos aquí a hace 45 minutos, pero no ha aparecido nadie.

—¿Aquí? ¿Estáis seguros?

Nos encogimos de hombros. No sabíamos que había más despachos en el edificio.

—Pero si esto ya no tiene función de despacho, ahora es una especie de almacén y biblioteca. Venid y os digo dónde está el suyo.

La seguimos hasta una puerta de madera de roble muy bonita y muy grande.

—Aquí sí, de hecho se escuchan voces dentro.

Llamamos a la puerta pero no hubo respuesta.

Las voces se intensificaron y no pudimos evitar escucharlas.

Distinguimos una voz masculina, la del doctor, y una voz femenina que no reconocimos al principio:

—Lo siento, pero no pude hacer nada —se disculpó él.

—Yo no te pagué para que le curasen —dijo la voz de Amanda.

Alicia y yo nos miramos boquiabiertos, seguimos escuchando porque esto era muy interesante:

—Ya te he dicho que lo siento, bombón.

Miradas sorprendidas entre Ali y yo.

—Ni bombón ni nada. ¿He malgastado mi dinero en esa máquina absurda para que ese zoquete se quede con la otra? Dime, ¿es eso lo que ha pasado?

—Sí, señora. Exactamente —él parecía agotado, cansado, exhausto.

—Pues muy mal. ¡Yo tenía que ganar, no esa estúpida!

—Amanda...

—¡No! Déjame. Esto es culpa tuya.

Rápidamente nos apartamos de la puerta y nos escondimos. Amanda salió de la sala muy cabreada y con el pelo revuelto.

La puerta quedó entreabierta y pasamos.

Gabriel no se percató y no le dio tiempo a encontrar una excusa a su aspecto y al del despacho.

Cruzamos miradas hasta que se rindió y nos invitó a sentarnos en unos sofás.

—Supongo que habréis escuchado la bronca y tendréis muchas preguntas.

Los dos asentimos. Él suspiró.

—Está bien, os lo contaré. Total, ahora ya no tengo nada que perder... Amanda me contrató para que mintiera. Me pagó una cantidad incontable de dinero para que acogiera el caso de Lucas y lo graduara como el peor.

No sabía si llamar a recursos humanos y mandarlo a la mierda o levantarme de la silla y darle yo mismo una hostia. Pero mi estómago estaba revuelto, el doctor podría desvelar información que Ali todavía no conocía.

—Al principio, cuando ibas a las terapias —Alicia me miró confusa—, Amanda se enteró de que yo era tu doctor y me quiso sobornar: si hacía lo que me pedía, ella me acompañaría por las noches... Ya sabéis...

Se calló esperando que dijéramos algo, pero nuestra perplejidad nos lo impedía.

—Yo acepté sin saber que iba a llegar tan lejos. Fui un estúpido, lo sé. Pero era una cantidad enorme de dinero y la compañía nunca viene mal.

Alicia se levantó y se acercó a la ventana para tomar el aire. Yo me frotaba la cara con las manos sin comprender lo que había pasado.

—Entonces —me atreví a preguntar— ¿todo es mentira? ¿No estoy enfermo?

—Las cosas se complicaron y tu empezaste a presentar síntomas reales. Todo siguió igual, pero el estar ingresado nos facilitó el tratamiento real. Amanda no se había enterado hasta hoy y por eso ha surgido la discusión.

—¿Y por qué nos había citado?

—¿Una cita? ¿Yo?

—Que hija de...

Fue lo único que alcancé a decir antes de que Alicia se enfilara a la puerta con la clara intención de solucionar las cosas con el demonio rubio.

Mi silla de ruedas no podía correr más y no la pude detener. Por el camino me topé con Mª Carmen.

—¿Dónde vas tan deprisa? —me frenó, y menos mal porque si no me hubiera ido de cabeza al suelo.

—Creo que Alicia va a matar a Amanda.

—¿Quién en su sano juicio no quiere? —le miré extrañado— Todos los empleados estamos sobornados, hasta la recepcionista. Ese mal bicho es capaz de todo por haceros la vida imposible a ti y a tu princesita.

—Siempre he pensado que ella es la que debería estar aquí ingresada —dije en voz alta, sin querer.

Se me revolvió el estómago cuando escuchamos gritos provenientes del parking.

Mª Carmen y yo bajamos por el ascensor de emergencia hasta la planta baja que estaba repleta de periodistas alrededor de algo, o más bien, de alguien.



daliaacolomeer_

Volví por míWhere stories live. Discover now