30. UN COMPLETO IMBÉCIL

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LUCAS

Era un completo idiota, los nervios y el descontrol me habían superado esta vez.

La había alejado de mí justo cuando más la necesitaba. Olvidé que con su presencia había logrado una mejoría notable e inmediata. Ella lo intentó, pero yo la rechacé.

Al retroceder, vi en su cara el miedo y la angustia. Pero yo en ese momento estaba fuera de mi y no reaccionaba a estímulos externos.

Solamente yo, yo, yo.

Mis miedos interiores, mis penas, mis dolores.

Había perdido el juicio al escuchar la voz de aquella enfermera que anunciaba que un nuevo ángel subía al cielo:

"Lo sentimos, pero la señora María del Carmen Campos no ha superado el incidente. Durante la noche hubo una fuga en uno de los vasos sanguíneos afectados y la pérdida de sangre inmediata provocó la muerte. Mi más sentido pésame. ¿Se lo comunica usted al señor Gabriel García?"

En ese momento solo pude derrumbarme, derrumbarme y gritar. Gritar porque la persona que me había animado en mis peores días en el infierno ya no estaba, seguirían habiendo días oscuros pero ella ya no los iluminaria con sus cariñosos apodos en valenciano.

Fue mi ángel de la guarda, y ahora lo seguirá siendo, pero desde el cielo.

No pensé en la repercusión de mi reacción: la abuela de Ali había presenciado toda la escena y ahora necesitaría unas explicaciones.

Pero sobre todo, no pensé en Alicia. Ella tuvo que cargar conmigo, ingeniárselas para levantarme del suelo y llamar al doctor. Me acompañó durante todo el trayecto en ambulancia y lo único que recibió de mi parte fueron reproches y un "lejos de mi estabas mejor" que le dejó el corazón hecho añicos.

-

Habían pasado dos horas desde que Alicia se fue, o más bien, desde que la despaché.

Solo pensaba en cómo se sentiría, en qué estaría rondando por su cabeza o con quién estaría hablando. Ya tenía su número en un teléfono viejo que me prestó, pero no conseguía reunir el coraje suficiente para marcarlo. Seguro que ella me odiaría, y sus padres todavía más si ella se lo había contado. Sobre todo Isa, ella siempre me quiso mucho y me aceptó en la familia a la primera, pero desde que la separé de su hija y le destrocé la vida no quiere mirarme a los ojos.

La entiendo, yo tampoco soy capaz de mirarme en un espejo y sonreírle a mi reflejo. Me doy pena y vergüenza, todo lo que he hecho ha repercutido en la vida de terceras personas a las que no deberían haber salpicado mis malas decisiones.

Al filo de volverme loco otra vez, el doctor hizo acto de presencia en mi habitación, en mi refugio, en mi segundo hogar desde hacía meses.

-¿Ya estamos más calmados por aquí?

Lo miré con desidia, evidentemente no iba a responder su pregunta que obviamente iba con segundas.

El se rio de mi cara de perro y prosiguió a contarme los resultados de las pruebas.

-Cuando me llamó Alicia me temí lo peor: una recaída. Pero por suerte no ha sido nada preocupante, solo un ataque de nervios sumado a un gran ataque de ansiedad. Esta tarde ya te podrás ir.

Yo asentía con la cabeza, lo que me dijera me daba igual. Yo no quería salir si fuera no había nadie esperándome, allí encerrado estaba mejor.

-Doctor.

-Dime, Lucas. Tutéame, te lo pido.

-Bien. Gabriel, ¿sabes algo de Ali?

-¿De tu amiga Alicia?

Volví por míWhere stories live. Discover now