18. MARÍA DEL CARMEN

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Debía contactar con Alicia lo antes posible.

No sabía si estaría cabreada, muy cabreada o demasiado cabreada. Por lo tanto, tenía que averiguarlo.

Ali es, o por lo menos lo era antes, una persona muy pacífica que nunca quería discutir y siempre intentaba sacar el lado positivo de las cosas. Pero lo que le hice no tiene nada positivo, no tiene perdón. Fui un completo estúpido al abandonarla y dejarla allí, tan lejos de mi, a tanta distancia que en el momento que la llamé desde el aeropuerto apenas sentí la calidez de su aliento.

Ahora solo me quedan recuerdos. Recuerdos y planes. Planes que ya nunca podré llevar a cabo.

Yo tenía un futuro planeado para nosotros, en Canadá, en España, en el fin del mundo. Donde fuera. Me daba igual la escenografía, solo me importaban los protagonistas: nosotros, Alicia y yo.

Pero los cuentos de hadas no existen. Y ahora vivo, más bien, en una historia de terror, en la que sigo siendo el protagonista que no sabe si la bruja malvada terminará con su vida antes de que pueda ser rescatado.

Estaba tan ensimismado con mis pensamientos que no me di cuenta de que el Dr. García intentaba llamar mi atención.

—Lo siento, doctor. Estaba...

No sabía qué decirle. ¿Que estaba pensando en la chica a la que le destrocé la vida hace unos meses? En eso pensaba, pero no se lo podía decir.

—Déjalo —revisó sus informes—. Prepárate —¿tenía una visita? Hoy era día de visitas. Alicia había venido a por mí, estaba seguro—, en un momento vendrán para hacerte el exámen rutinario.

Noté como la cara se me apagó, el corazón me empezó a latir muy fuerte pero muy lento y las manos temblaban como si se quisieran alargar.

El doctor me miró por encima de sus diminutas gafas y puso cara de decepción, acompañada por unos ojos de cansancio que reclamaban un café o una siesta.

—No empecemos, tienes que tranquilizarte. Es una revisión como la de todas las semanas.

—¿Enserio? ¡No me diga!

—Sabes el procedimiento mejor que nadie, si la aguja pasa al color rojo...

—Lo sé, lo sé.

—No sé qué te pasa hoy, pero estás raro. No te conviene, y lo sabes demasiado bien —. Llamaron a la puerta—. Adelante —. Me miró amenazante— Ya sabes.

Me hizo un gesto de yoga con las manos y desapareció por la puerta, respondiendo una llamada en su móvil.

Las dichosas enfermeras ya estaban toqueteando los cables y ajustando todas las máquinas que me controlaban.

Tardaron unos cuarenta minutos en dejar la habitación como la de un enfermo mental, es decir, a mi estilo. Ya era mucho tiempo renegando por como la dejaban. Iba a pasarme el resto de mi vida allí, a no ser que ocurriera un milagro, y quería tenerlo a mi manera.

—Venga, cariñet —me dijo María del Carmen, la enfermera más valenciana y más veterana de todo el hospital—, ahora vamos a hacerte unas pruebitas y luego ya estarás super preparado para la cena, hoy hay verduritas con jamón. ¡Qué rico!

Hablaba a todo el mundo como si fuéramos unos niños inocentes sin problemas. Siempre. Y eso me ponía completamente de los nervios. Pero ni yo ni el doctor sabíamos cómo decirle que parase porque no era bueno para mi, ella decía que no hacía nada malo y que iba a seguir así.

—Ay, María del Carmen, cuando me dé un chungo por que tú me has hablado así...

—No me llames así, te lo tengo dicho —todos la llamaban Mari Carmen—. Además, yo soy la única que te hace sentir algo, aunque sean nervios. Deja de quejarte, que el día que yo me jubile y me las pire de aquí me va a echar de menos, ya lo verás.

—Vale, vale, lo que tú digas Marieta —dije volteando los ojos.

—Así me gusta, que me llames como si fueras mi amigo. Soy tú única amiga, acéptalo chaval.

Era muy gracioso porque hablaba como si fuera una adolescente pero realmente estaba a punto de jubilarse.

—Ves, al final siempre acabo sacándote una sonrisa.

—Tienes razón, no sé qué haría yo sin ti, queridísima amiga mía.

—No te burles, cabezón.

—No me des collejas, María del...

—Ni se te ocurra.

Me levantó la mano en modo de amenaza y, como siempre, la molesté haciendo como que jugábamos a piedra, papel o tijera y yo ganaba chocando mis dedos en forma de tijera contra su mano abierta.

—Gané. Te he dicho que practiques más, Marieta.

Ella soltó una maldición graciosa, en valenciano. Y dejó de arrastrar la camilla, dejándome solo en la sala de torturas, como yo la llamaba.

—¡Qué ganas tengo de jubilarme ya! —la escuché decir desde la otra punta del pasillo.

Cuando llegó el enfermero que me haría la prueba, la sonrisa se me borró de la cara.

—¿Está listo? —me preguntó Simón, o algo así se llamaba.

—¿Alguien está listo para esto?

El chico se quedó callado, sin saber cuál era la respuesta que yo quería escuchar.

—Era broma. Pero no vuelvas a preguntar eso, por lo menos a mi.

—Pero, si usted es el único que pasa por esta sala. Desde 1956, cuando...

—No me importa —quería dormir y que se callara ya ese tío—. Hazme la dichosa prueba o lo que sea y deja que me vaya ya de aquí.

—Esto va a doler —escuché el "clic" y cerré los ojos.

Empecé a maldecir a toda la familia y conocidos del pobre enfermero.

—Lo siento tío, pero eres la única persona a la que puedo insultar y lo necesito.

Ya no pude decir nada más. El cuerpo se me empezó a tensar y notaba como cada músculo se encogía para luego hacerse gigante en milésimas de segundo.

Solo pensaba en ella, en Ali, la que me evadía del dolor.

daliaacolomeer_ :)


Volví por míWhere stories live. Discover now